El Sacramento es un “don de Dios”, es el
“signo” visible de su presencia que acompaña la vida de los hombres de una
manera especial, desde la aparición de Jesús que “muriendo y resucitando” dio
comienzo a “una nueva creación” hasta un nuevo orden de la unión del hombre y de
la mujer.
El Sacramento del Matrimonio, como signo y
según la carta de Pablo a los cristianos de Éfeso (5,32), hace presente el Amor
de Cristo (Dios) para con toda la
Iglesia (humanidad renovada). Los esposos deben tener en
claro esta idea al momento de contraer matrimonio para que, precisamente, no se
trate solamente de un acto social, sino que sea la respuesta efectiva (creer)
al don de la Fe.
Así como el Amor de Dios es fiel aún frente a
nuestras infidelidades, también la característica del matrimonio cristiano es
la fidelidad, lo “indisoluble” (pues nunca Dios dejará de amarnos y estar
acompañándonos). Por otra parte, también el Amor de Dios es “fecundo”, es
siempre creativo y creador, de modo que la pareja cristiana aceptará esta
característica.
Quedan unas preguntas pendientes: ¿están
estas cuestiones presentes cuando los novios se preparan y se acercan al altar
para celebrar el matrimonio? El desconocimiento interior o la no aceptación
implícita de todo esto: ¿no hace acaso “nulo” el matrimonio?
Veremos por dónde irán las indicaciones del
próximo Sínodo de los Obispos sobre la Familia en el mes de
octubre. Por cierto hay que revisar muchas cosas, especialmente, la pastoral de
preparación a este “Gran Sacramento” como lo llama S. Pablo en la carta a los
Efesios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario