Ese
tema puede servir a los catequistas y sobre todo a los papás de los chicos que
se preparan en la Catequesis:
Los Sacramentos de la Iniciación cristiana,
los que nos preparan para ser plenamente cristianos, son: el Bautismo, la Confirmación y la
participación plena en la
Eucaristía. Son los tres como un solo Gran Sacramento,
distintos entre sí pero íntimamente relacionados. De hecho, en la antigüedad,
se recibían o administraban los tres en una única celebración, la noche de la Pascua.
El mismo
catecumenado (preparación) es parte de este gran sacramento, lo que vale decir
que el conjunto de acciones que la
Comunidad celebra a lo largo del mismo no consiste en la
acumulación de ritos aislados, o autónomos, sino en una sinfonía, una
pluralidad de acciones que forman un símbolo conjunto. La separación o
aislamiento de los elementos del proceso catequístico ha tenido funestas
consecuencias: redujo todo a la ritualización y al mero adoctrinamiento. El
catecumenado es parte de un sacramento, no su instrucción preliminar. El
catecumenado es un proceso, un largo camino que exige la contribución y el
esfuerzo de todas las facultades del hombre: entendimiento, voluntad, corazón.
Si bien cada uno de
los Sacramentos de la
Iniciación cristiana constituye un “don” de Dios, sólo el
primero, el Bautismo, no tiene exigencias (expresa la gratuidad que deviene de
Dios), mientras que los otros, por medio del catecumenado que comienza en el
ámbito familiar, como se decía anteriormente, sí las tienen.
SINTESIS DE LA EVANGELII GAUDIUM
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DEL PAPA FRANCISCO
En este documento, Francisco ofrece una visión motivadora e
interpelante acerca del espíritu misionero y evangelizador de la Iglesia, a partir de una
transformación misionera en la que no rehúye un análisis de la sociedad actual
y ofrece claves para el anuncio evangélico en el mundo actual.
En este anuncio se hace especial hincapié en dos cuestiones
sociales, como son “la inclusión social de los pobres” y “la
paz y el diálogo social”, para incluir como colofón la influencia del
Espíritu Santo en el anuncio misionero y el ejemplo de la Virgen María como
“Madre de la Iglesia
evangelizadora”.
La exhortación está estructurada en una introducción y cinco
capítulos: “La transformación misionera de la Iglesia”, “En la crisis
del compromiso comunitario”, “El anuncio del Evangelio”, “La dimensión social
de la evangelización” y “Evangelizadores con espíritu”.
A continuación, ofrecemos algunos extractos de los puntos principales de
cada capítulo.
Introducción:
La alegría del Evangelio
- “El gran
riesgo del mundo actual, con su
múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que
brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en
los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los
pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su
amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también
corren ese riesgo, cierto y permanente” (n. 2).
- “El bien
siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza
busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda
liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás.
Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla” (n. 9).
- “Por consiguiente, un
evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos
y acrecentemos el fervor, ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar,
incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (…) Y ojalá el mundo actual —que
busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a
través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino
a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de
quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo’” (n. 10)
- “Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin
excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien
comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo
sino «por atracción»” (n. 14).
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