lunes, 9 de marzo de 2015

CERTEZAS QUE NO SE DISCUTEN



Ese tema puede servir a los catequistas y sobre todo a los papás de los chicos que se preparan  en la Catequesis:

Los Sacramentos de la Iniciación cristiana, los que nos preparan para ser plenamente cristianos, son: el Bautismo, la Confirmación y la participación plena en la Eucaristía. Son los tres como un solo Gran Sacramento, distintos entre sí pero íntimamente relacionados. De hecho, en la antigüedad, se recibían o administraban los tres en una única celebración, la noche de la Pascua.


El mismo catecumenado (preparación) es parte de este gran sacramento, lo que vale decir que el conjunto de acciones que la Comunidad celebra a lo largo del mismo no consiste en la acumulación de ritos aislados, o autónomos, sino en una sinfonía, una pluralidad de acciones que forman un símbolo conjunto. La separación o aislamiento de los elementos del proceso catequístico ha tenido funestas consecuencias: redujo todo a la ritualización y al mero adoctrinamiento. El catecumenado es parte de un sacramento, no su instrucción preliminar. El catecumenado es un proceso, un largo camino que exige la contribución y el esfuerzo de todas las facultades del hombre: entendimiento, voluntad, corazón.

Si bien cada uno de los Sacramentos de la Iniciación cristiana constituye un “don” de Dios, sólo el primero, el Bautismo, no tiene exigencias (expresa la gratuidad que deviene de Dios), mientras que los otros, por medio del catecumenado que comienza en el ámbito familiar, como se decía anteriormente, sí las tienen.






SINTESIS DE LA EVANGELII GAUDIUM
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DEL PAPA FRANCISCO
En este documento, Francisco ofrece una visión motivadora e interpelante acerca del espíritu misionero y evangelizador de la Iglesia, a partir de una transformación misionera en la que no rehúye un análisis de la sociedad actual y ofrece claves para el anuncio evangélico en el mundo actual.
En este anuncio se hace especial hincapié en dos cuestiones sociales, como son “la inclusión social de los pobres” y “la paz y el diálogo social”, para incluir como colofón la influencia del Espíritu Santo en el anuncio misionero y el ejemplo de la Virgen María como “Madre de la Iglesia evangelizadora”.
La exhortación está estructurada en una introducción y cinco capítulos: “La transformación misionera de la Iglesia”, “En la crisis del compromiso comunitario”, “El anuncio del Evangelio”, “La dimensión social de la evangelización” y “Evangelizadores con espíritu”.
A continuación, ofrecemos algunos extractos de los puntos principales de cada capítulo.

Introducción: La alegría del Evangelio
- “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente” (n. 2).
- “El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla” (n. 9).
- “Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (…) Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo’” (n. 10)
- “Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción»” (n. 14).

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