Queridas
familias:
Este mes de Julio vivimos el Bicentenario de nuestra
Independencia. Aunque se celebre muy modestamente por la situación que se vive
(no puede haber despilfarro), es un momento importante para reflexionar, para
hacer un examen de conciencia social y para proyectarnos en la búsqueda de
aquellos ideales que hacen al bien de todos los que habitamos esta hermosa nación.
Por lo general, la historia se cuenta desde las
distintas ideologías que los hombres construimos, aunque debemos aceptar que no
existe uniformidad en estas miradas, como así también, que no siempre imperan
en ellas motivos sanos y de interés común. Pero hay una línea común: en aquella
oportunidad no hubo conformismo para aceptar la dependencia de una nación
lejana; se siguió un claro ideal: construir una nación independiente, con sus
propias características, para ser libres de las decisiones que, tomadas en
otras latitudes, beneficiaban a los opresores y explotadores. Del mismo modo, la Independencia y la Libertad fueron también
los ideales del Éxodo que Moisés realizó con el Pueblo hebreo. El 9 de Julio de
1816 marcó la diferencia en nuestra historia local, y en ese Congreso, y con la
presencia de muchos clérigos, se decidió por estos dos mismos ideales que
guiaron al antiguo pueblo. La
Iglesia , por tanto, no se mantuvo al margen en estos dos
hechos históricos, no se lavó las manos; sino que por el contrario se
comprometió y buscó darle a estos ideales un matiz evangélico. Construir la Patria no fue fácil porque
la naturaleza del hombre no es fácil. Pero el ideal estaba marcado y muchos se
encargaron de recordarlo y jugarse por él, también con características
altruistas, buscando y colaborando por la independencia de otros pueblos.
El objetivo fue (y es) el bien de la Patria antes que el de los
hombres particulares, que simplemente “pasan” por la historia. Construir una
nación en ese presente pero pensando en las nuevas generaciones.
Conocemos los vaivenes que luego se sucedieron y que
nos impidieron acelerar esta construcción. Sabemos de la cultura del
individualismo y del “que se salve el que puede”. Conocemos el egoísmo y el
centrarnos en el sólo hoy, sin miras al futuro. Conocemos el corazón humano que
piensa que él tiene la verdad y que es el único que la puede llevar adelante.
Pues bien, todos estos aspectos constituyen las dificultades concretas que nos
impiden construir una nueva realidad. Desde chico escuché esta frase:
“sacrifiquémonos hoy para que nuestros hijos y nietos estén bien mañana”, ya
soy grande y la frase se repite…; bueno, a esperar… Son frases hechas y sin
consistencia, según la historia.
No pensemos tampoco que la preocupación tiene que ser
solo económica (ya conocemos como nos fue). Es preciso pensar: ¿qué ideales
tenemos?; ¿cuáles son las líneas generales para el bien del ser humano en su
totalidad?; ¿con qué principios y valores nos armamos para alcanzarlos? En
estas cuestiones estamos todos bien divididos: no somos capaces de sentarnos a
la mesa y consensuar, proyectar, tener en cuenta a las minorías, etc.
Finalmente, los cristianos ¿tenemos algo que proponer
como lo hicieron en aquella oportunidad? Sí, se nos propone la actitud de
“Misericordia” con todo lo que ello implica. Jesús buscó y busca el bien de
todo ser humano y para ello nos dio su mensaje y realizó gestos claros, como el
lavatorio de los pies. Allí tenemos que confrontarnos para la construcción de
una Patria que todos merecemos.
Que Dios nos bendiga y nosotros lo
escuchemos y actuemos.
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