Qué implica el
Bautismo
Dios ha diseñado para
cada ser humano una historia de amor, que se va desvelado poco a poco a lo
largo de la vida. En la medida que tengamos un trato cercano con Él, esa
historia se irá desvelando y tomando cuerpo. Y el primer paso para que se esa
cercanía sea eficaz se da en el Bautismo. La fe cristiana considera el Bautismo
como el sacramento fundamental, ya que es condición previa para poder recibir
cualquier otro sacramento. Y éste es “gratuito”, no hacemos méritos para
recibirlo. Nos une a Jesucristo, configurándonos con Él en su triunfo sobre el
pecado y la muerte. Él es el comienzo de un proceso, como una semilla que se
coloca en la tierra, en este caso en el interior del ser humano para que allí
vaya desarrollándose y creciendo. En la antigüedad se administraba por
inmersión. El que se iba a bautizar se sumergía por completo en agua. Así como
Jesucristo murió, fue sepultado y resucitó, el nuevo cristiano se introducía
simbólicamente en un sepulcro de agua, para despojarse del pecado y sus
consecuencias, y renacer a una nueva vida. El bautismo es, en efecto, el
sacramento que nos une a Jesucristo, introduciéndonos en su muerte salvífica en
la Cruz , y por
ello nos libera del poder del pecado original y de todos los pecados
personales, y nos permite resucitar con él a una vida sin fin. Desde el momento
de su recepción, se participa de la vida divina mediante la gracia que ya actúa
y que va ayudando a crecer en madurez espiritual. Por el bautismo nos hacemos miembros del Cuerpo
de Cristo, en hermanos y hermanas de Jesús y entre nosotros, y por ende en hijos de Dios. Somos liberados del pecado
(aunque quedan sus consecuencias), y destinados a una vida en la alegría de los
redimidos. «Mediante el bautismo cada niño es admitido en un círculo de amigos
que nunca le abandonará, ni en la vida ni en la muerte. Ese círculo de amigos,
esta familia de Dios en la que el niño se integra desde ese momento, le
acompaña continuamente, también en los días de dolor, en las noches oscuras de
la vida; le dará consuelo, tranquilidad y luz» (Benedicto XVI, 8 de enero de
2006).
Por qué la Iglesia mantiene la
práctica del bautismo de niños
Esta práctica es de
tiempo inmemorial. Cuando los primeros cristianos recibían la fe, y eran
conscientes del gran don de Dios de que habían sido objeto, no querían privar a
sus hijos de esos beneficios. La
Iglesia sigue manteniendo la práctica del bautismo de
niños por una razón fundamental: antes de que nosotros optemos por Dios, él ya
ha optado por nosotros. Nos ha hecho y nos ha llamado a ser felices. El
bautismo no es una carga, al contrario, es una gracia, un regalo inmerecido que
recibimos de Dios. Los padres cristianos, desde los primeros siglos, aplicaron
el sentido común. Así como la madre no deliberaba largamente sobre si
debía dar el pecho a su hijo recién nacido, sino que lo alimentaba cuando el
niño lo requería, así como lo lavaban cuando estaba manchado, lo vestían y lo
abrigaban para protegerlo de los rigores del frío, así como le hablaban y le
daban cariño, también le proporcionaban la mejor ayuda que cualquiera
criatura humana necesita para desarrollar la vida en plenitud: la limpieza del
alma, la gracia de Dios, una gran familia sobrenatural, y una apertura al
lenguaje de Dios, de modo que cuando vaya despertando su sensibilidad y su
inteligencia contemplen el mundo con la luz de la fe, aquella que permite
conocer la realidad tal y como es.
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