LA PEREGRINACION
EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA
“misericordiosos como el Padre”
La peregrinación es
un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona
realiza en su existencia. También es un “caminar” juntos para sostenernos,
animarnos, compartir las alegrías y dificultades del camino. La vida es una
peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre
su camino hasta alcanzar la meta anhelada.
También para llegar a la Puerta Santa, donde esté, cada uno deberá
realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo
del hecho que también la misericordia es
una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio.
La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos
abrazar por la misericordia de Dios y nos
comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con
nosotros.
El Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es
posible alcanzar esta meta: « No
juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y
seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida,
rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con
la medida que midáis » (Lc 6,37-38).
Dice, ante todo, no juzgar y
no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio
de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano.
Los hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie,
mientras el Padre mira el interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están
motivadas por sentimientos de celos y envidia!
Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al
descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en
positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que
deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo
todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la
misericordia. Jesús pide también perdonar y dar.
Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo
recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa
sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad.
Así entonces, misericordiosos como el Padre es el
“lema” del Año Santo. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él
da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene
en nuestra ayuda cuando lo invocamos. Es bello que la oración cotidiana de la
Iglesia inicie con estas palabras: « Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date
prisa en socorrerme » (Sal 70,2).
El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios
hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que
vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía.
Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser
compasivos con todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario