Con la mano en el corazón, ¿merecemos que Dios nos envíe a su Hijo
nuevamente?
Y sin embargo, Dios nos ama tanto, tanto, que lo envía igualmente. Nadie
acá tiene méritos suficientes para exigirle algo a Dios, pero el ser humano es
la criatura que salió directamente de las manos divinas y lleva dentro “su
imagen y semejanza” No hay otra criatura que posea esta característica y,
aunque le fallemos, Él no dejará de amarnos y buscarnos. Su único deseo es que
podamos gustar de su vida y para siempre (eternamente): este es el fundamento
de su amor y de la razón por la cual ese amor se expresó y se expresa en el
envío de su Hijo.
¿A qué viene
todo esto? A que se pretende caminar, vivir, construir, sin ningún tipo de
relación con Dios o con algo que tenga que ver con lo trascendente: la sociedad
se emperró en deshacerse de Dios y de todo lo que tiene que ver con Él. A este
paso ya ni oficialmente se le llamará al día 24/25 con el nombre de Navidad; y así
también desaparecerá la Pascua con su Semana Santa
y todas las demás festividades. De hecho, están apareciendo festejos nuevos
como el “Halloween” etc.
Pero no importa: Dios sigue amando al ser humano y le sigue enviando a
su Hijo Jesús. Siempre habrá un pequeño resto que confiará más en Jesús que en
los hombres y en sus estructuras caducas y cambiantes (será la semilla
constante que un día dará sus frutos). Esta situación es una constante en la
historia humana y la Palabra
de Dios la plasmó con el relato de “la
Torre de Babel” ¿se acuerdan? Cuidémonos de los vendedores de
ilusiones, de los fuegos artificiales, de los espejitos de color, de estos
personajes o culturas (inventadas por los hombres).
Navidad, por lo menos para los que nos decimos “cristianos”, es un
acontecimiento –y no una moda-, es la constatación del amor de Dios para con
todos los hombres, un Amor Eterno. ¡Celebrémoslo! Y aprovechemos este
acontecimiento para “proclamar” a nuestras familias, a nuestros vecinos ¡que Dios
de veras nos ama y nosotros lo hemos experimentado!
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