Queridas
familias:
No nos cabe ninguna duda que nos
encontramos en un mundo y en situaciones que nos dejan desconcertados, incluida
nuestra querida Iglesia (nuestra familia) en su estructura y como comunidad de
discípulos de Jesús. Pero en todas las épocas hubo dificultades y las personas
se preguntaban sobre el sentido de la vida en situaciones difíciles. Quizás a
nosotros, en este momento de grande confusión, nos cabría también hacernos la
misma pregunta, pues si queremos ser felices no nos queda otra cosa que darle sentido
a la vida así como es.
Nosotros que somos miembros de la Iglesia lo proclamamos bien claro,
aunque muchas veces nos cuesta asumirlo en la vida concreta: JESUCRISTO ES EL SENTIDO DE LA VIDA; Él
va más allá de todo lo meramente humano, más aún diviniza lo humano. Sin esta
perspectiva trascendente nos moveremos siempre entre angustias y desesperanzas.
Jesús quiere que nosotros nos encontremos con él y que hagamos una experiencia
de su presencia. Tenemos un pasado que lo podemos evaluar, tenemos un presente
que debemos construir, y en el medio, hoy, la posibilidad de encontrarnos con
Cristo para que nos proyecte en una tarea que lleve a mejorar lo que somos y
tenemos.
Pero, ¿dónde lo encontramos a Jesús? En esto no hay dudas; la
experiencia de la Iglesia basada en el Evangelio es para nosotros como una luz
que en medio de tantas ofertas nos da seguridad, como el faro para el
navegante.
1) En su Palabra, con la lectura sobre todo y desde el corazón del
Evangelio.
2) En la Eucaristía, su
Cuerpo y su Sangre verdadero. “El que
come mi cuerpo y bebe mi Sangre tiene la vida eterna” y en
los Sacramentos. ¡Cuánto nos cuesta
poner a la Eucaristía como centro de la vida!
3) En las personas,
especialmente los pobres, los nuevos pobres que son los que están solos, desesperanzados,
los materialistas, etc. Jesús nos dice “Vengan
benditos de mi Padre a heredar el Reino eterno porque tuve hambre y me dieron
de comer, sed y me dieron de beber, desnudo y me vistieron..... ¿Cuándo Señor
hicimos eso? Cuando lo hicieron al más pequeño de mis hermanos a mi me lo
hicieron”. (Mt. 25,34)
Por eso toda evangelización, el
esfuerzo de cada cristiano y de cada comunidad, tendría que ser poder llegar a
ser instrumentos para que las personas con las que nos relacionamos puedan
tener un encuentro con Jesucristo vivo. De allí, como nos decía el Papa, surgirá
la conversión, la comunión y la solidaridad.
Todo tiempo que Dios nos ofrece es tiempo de gracia y lo tenemos que
vivir con un impulso nuevo para los que hemos aceptado a Jesús como el único
Salvador.
p.
Darío
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