Hoy la palabra “pecado”
ha desaparecido del vocabulario. Según la cultura moderna es una de esas
palabras del “oscurantismo”, de la represión, de la dominación y la esclavitud.
No queremos oír hablar de pecado. Estamos en otra época. Esto es lo que se nos
quiere hacer creer hoy en día. La realidad objetiva nos demuestra que existen
el bien y el mal. Por eso, el querer borrar de un plumazo la palabra y la
realidad “del pecado” no tiene mucho que ver con nuestra fe. De hecho en el credo decimos “creo en el perdón de los pecados”; En Mt. 1, 21 el Ángel le dice a
José: “Tú le pondrás por nombre Jesús,
porque el salvará a su pueblo de todos sus pecados”; en la formula de la
consagración en la Eucaristía decimos “tomen
y beban, esta es la copa de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que
será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados” (Mt.
26, 28). “Si decimos: ‘no tenemos
pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros
pecados, fiel y justo es él para perdonarnos
los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Juan 1, 8-9). Así
podríamos hacer referencia a otros muchos textos del N. Testamento.
Generalmente, en nuestra fe, unimos al pecado la palabra perdón (palabra que está compuesta por per (superlativo) y don, es decir: “don superlativo”).
Pero el Pecado ¿qué es?: nos dice el Catecismo de la
Iglesia Católica nº 1849: “Es una falta
contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero
para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos
bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana.
Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley
eterna”
La raíz de todos los pecados está en el corazón del
hombre (en su interioridad). En el corazón reside también la caridad, principio
de las obras buenas y puras, a las que hiere el pecado.
Frente a estas dos realidades (pecado y caridad) que
residen en el corazón de todo hombre está nuestra
libertad. Por esto mismo, generalmente no podemos excusarnos echando la
culpa siempre a algo externo a nosotros.
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