martes, 3 de julio de 2012

EL RINCON DE LA CATEQUESIS


Con sus altos y bajos, la Iglesia siempre entendió que la Catequesis en la vida de los cristianos debe ser “permanente”. Esto quiere decir que comienza cuando se tiene uso de razón y termina al final de nuestros días.
Hubo épocas, no lejanas, en que la sociedad se consideraba “sociedad cristiana”; no existían, por lo menos en nuestros ambientes, las sectas que hoy proliferan; los cambios culturales no eran tan rápidos; había un cierto progreso industrial, de posibilidades de estudio, etc. Fue entonces que la catequesis se redujo a la llamada “catequesis para la primera comunión”, este concepto coincide, entonces, con el reconocimiento de un sustrato cristiano en la sociedad.  

Hoy, ¿podemos decir que la sociedad tiene aquellas mismas características? Con toda certeza, no. Benedicto XVI, con una mirada más universal por el lugar que ocupa, nos dice que el gran problema de la Iglesia de hoy (comunidad de creyentes) es “el analfabetismo religioso”, en otras palabras, “el desconocimiento de la doctrina cristiana, y en general de todo lo que tiene que ver con la religioso”. De hecho, en nuestro ambiente concreto, la religiosidad se pone de manifiesto en aspectos secundarios, preocupados por buscar soluciones a problemas humanos e individualistas, invocando a todo tipo de talismanes, desde algunos santos de moda hasta el mismo “san la muerte”.
También se nota el analfabetismo evangélico: no hay mucho conocimiento del evangelio y ni del el objetivo que le dieron sus autores, es decir, el de ser una catequesis para la comunidad adulta ya que la Palabra de Dios, con su ropaje propio, nos habla a cada uno y a la comunidad para ser discípulos de Jesús.
Pero la cosa más preocupante es el hecho de que “no se nos mueve un pelo” frente a este problema, no tenemos necesidad religiosa. Hemos caído en la chatura del “conformarnos” y tomar lo religioso como un agregado que puede existir o no en nuestras vidas (un “no vamos a ser ni más ricos ni más pobres” por esto) y el tema de la vida después de la muerte dejó de ser una preocupación primaria.
 Además nos invade la desesperanza, la convicción de que nunca podremos cambiar ni nuestra situación ni la de la sociedad. Tener conciencia de que somos nosotros “los protagonistas” de nuestra historia -y no solo los que sufren las consecuencias “del destino”- no forma parte de nuestras preocupaciones vitales.
Y si la Catequesis tiende a unirnos más a Jesús para cambiar la historia tenemos que afirmar que participar de la Eucaristía concientemente es precisamente para ese objetivo: cambiar la historia. Nada más y nada menos que lo que comenzó a hacer Jesús, el Dios hecho hombre.

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