Con sus altos y bajos, la Iglesia siempre entendió
que la Catequesis
en la vida de los cristianos debe ser “permanente”.
Esto quiere decir que comienza cuando se tiene uso de razón y termina al final
de nuestros días.
Hubo épocas, no lejanas, en que la sociedad se
consideraba “sociedad cristiana”; no existían, por lo menos en nuestros
ambientes, las sectas que hoy proliferan; los cambios culturales no eran tan
rápidos; había un cierto progreso industrial, de posibilidades de estudio, etc.
Fue entonces que la catequesis se redujo a la llamada “catequesis para la
primera comunión”, este concepto coincide, entonces, con el reconocimiento de
un sustrato cristiano en la sociedad.
Hoy, ¿podemos decir que la sociedad tiene aquellas
mismas características? Con toda certeza, no. Benedicto XVI, con una mirada más
universal por el lugar que ocupa, nos dice que el gran problema de la Iglesia de hoy (comunidad
de creyentes) es “el analfabetismo
religioso”, en otras palabras, “el desconocimiento de la doctrina
cristiana, y en general de todo lo que tiene que ver con la religioso”. De
hecho, en nuestro ambiente concreto, la religiosidad se pone de manifiesto en
aspectos secundarios, preocupados por buscar soluciones a problemas humanos e
individualistas, invocando a todo tipo de talismanes, desde algunos santos de
moda hasta el mismo “san la muerte”.
También se nota el analfabetismo evangélico: no hay
mucho conocimiento del evangelio y ni del el objetivo que le dieron sus autores,
es decir, el de ser una catequesis para la comunidad adulta ya que la Palabra de Dios, con su
ropaje propio, nos habla a cada uno y a la comunidad para ser discípulos de
Jesús.
Pero la cosa más preocupante es el hecho de que “no se
nos mueve un pelo” frente a este problema, no tenemos necesidad religiosa.
Hemos caído en la chatura del “conformarnos” y tomar lo religioso como un
agregado que puede existir o no en nuestras vidas (un “no vamos a ser ni más
ricos ni más pobres” por esto) y el tema de la vida después de la muerte dejó
de ser una preocupación primaria.
Además nos invade la
desesperanza, la convicción de que nunca podremos cambiar ni nuestra situación
ni la de la sociedad. Tener conciencia de que somos nosotros “los protagonistas”
de nuestra historia -y no solo los que sufren las consecuencias “del destino”-
no forma parte de nuestras preocupaciones vitales.
Y si la
Catequesis tiende a unirnos más a Jesús para cambiar la
historia tenemos que afirmar que participar de la Eucaristía concientemente es precisamente para
ese objetivo: cambiar la historia. Nada más y nada menos que lo que comenzó a
hacer Jesús, el Dios hecho hombre.
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