En un mundo donde el individualismo, la comodidad, o la
superficialidad son moneda corriente, los cristianos están llamados a ser “Luz”
y darle a cada realidad el sentido que el mismo Cristo ha querido. Así, el Domingo, es el día del Señor; un día
que debemos dedicarlo a Él y la mejor manera de hacerlo es realizando lo que él nos ordenó en la última
cena: “Haced esto en memoria mía”.
Este era y es un modo de realizar por medio de signos su sacrificio para bien
de todos los hombres, incluidos nosotros. Así lo entendieron los primeros
cristianos que se reunían asiduamente para la eucaristía, cuando, además de
hacer presente el sacrificio de Cristo, se manifestaban sus seguidores y
necesitados de su Vida para cumplir con la misión encomendada. Era y es un
signo sagrado de pertenencia a la Iglesia ; de un creer en
serio en Él, como lo importante, el centro, y por quien vale la pena
arriesgarlo todo.
Pero también
era y es un signo de amor hacia los hermanos en la fe, con los que “compartían todo” a partir “del compartir el mismo
pan y la misma copa”.
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