domingo, 10 de junio de 2012

Bautismo (6)


La Bendición del agua es el gesto que nos va adentrando en el Bautismo propiamente dicho. Es la primera parte de la centralidad del rito bautismal.
¿Por qué el agua? Porque es signo de vida: es parte esencial de nuestra naturaleza ya que nuestro cuerpo está constituido en su mayor parte por líquido (agua) y es un elemento vital indispensable. Así, Jesús la elige en cuanto su carácter, por un lado, natural, y por otro, vital, para expresar dos cosas: la purificación o lavado y la Vida Nueva que se nos comunica.
Como purificación: implica un lavado, en este caso, el del pecado original. Este pecado no es personal y lo conocemos más por sus consecuencias que por su hecho real. La Palabra de Dios nos dice que nuestros primeros padres quisieron caminar sin Dios y ser ellos mismos punto de referencia para definir el bien y el mal (quisieron ser como Dios). Las consecuencias de este desvío están a la vista: egoísmo, ambición homicidios, rivalidades, discordias, etc. Aquel pecado de los orígenes revolucionó la estructura humana y todos los hombres (menos María) lo heredamos.

La bendición del agua es, de parte de Dios, poder decir bien de este elemento y “decir bien” es hacer que tenga el poder divino para realizar un nuevo nacimiento sin pecado original, transmitiendo a nuestra vida humana también la suya (la que llamamos sobrenatural). Así, durante la bendición se recorre la historia del agua y su significado en la biblia hasta llegar al momento en el que se invoca sobre ella al Espíritu Santo para que “reciba la gracia de tu Hijo único, para que el hombre, creado a tu imagen, por medio del sacramento del bautismo, sea purificado de todos sus pecados y renazca a la vida nueva de hijos de Dios por el agua y el Espíritu Santo”. A lo que sigue: “Señor, te pedimos que por la gracia de tu Hijo descienda sobre el agua de esta fuente el poder del Espíritu Santo, para que por el Bautismo, sepultados con Cristo en su muerte, resucitemos con Él a la Vida”.
Es por eso que en el bautismo, más que recibir una bendición, se recibe el don de una Vida Nueva movida por el Espíritu Santo. Esa es la vida que habrá que educar para que, ya grandes, podamos ser presencia de Cristo resucitado.

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