domingo, 13 de mayo de 2012

SABER PEDIR PERDON


En una cultura tan relativista, superficial y donde todo da igual, el cristianismo, ayudado por el evangelio, marca la diferencia.

Cuántas veces, a sabiendas o sin querer, ofendemos al otro como si nada. ¿Pero es así para Jesús y su proyecto de vida nueva? Si bien el Evangelio habla de saber perdonar, esto incluye también el “saber pedir perdón”. Cosa nada fácil pues nuestro orgullo es superlativo y nos impide reconocer que ofendemos “con o sin razón”. Es importante por ello, como se enseñaba en otras épocas, hacer todos los días un examen de conciencia para responder a la siguiente pregunta: “¿alguien se habrá sentido ofendido por alguna palabra o acto u omisión mía?” Si es así, ya desde el corazón humillado y contrito, arrepentirme con el propósito de pedir tan inmediatamente como me sea posible el perdón de mi ofensa. Muy bien se puede aplicar aquello que dice el Evangelio “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y solo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt. 5, 23). Si hay una actitud esencial en la vida cristiana, es justamente ésta. El mismo Jesús la colocó en la oración del Padre Nuestro, condicionando el perdón de Dios al perdón que demos a los que nos ofendieron o que pidamos a los que  hemos ofendido. Además, la Palabra aclara: “¿Cuántas veces tengo que perdonar o pedir perdón?: ¿siete veces? Y Jesús: “no siete sino setenta veces siete” (Mt. 17,21) es decir ¡siempre! Más claro, imposible. Pero, ¿forma esta actitud parte de nuestro ser cristianos? Evidentemente hay mucho camino para hacer ya que siempre, por nuestra condición de hombres en crecimiento, estamos sujetos a fallar en este aspecto. Por eso Jesús también nos dice: “el que se exalta será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Mt. 23, 12).
            Es por eso que esta actitud nunca puede estar separada de la gran Oración que es la Celebración de la Eucaristía. Ella es signo de amor fraterno con todos, aún con nuestros enemigos; y si al signo le falta el contenido pierde su eficacia y su sentido; es, como dice el Evangelio “dar cosas sagradas a los perros, o arrojar las perlas a los cerdos (…).” (Mt.7, 6).
            Y a no asustarse. Perdonar o pedir perdón no implica “olvidar”; esto es difícil, sino imposible. Por eso es un acto de la voluntad y no del sentimiento, un acto al cual nos mueve solamente la presencia de Jesús en nuestras vidas, y el deseo de asemejarnos a Él que perdonó incluso a los que lo crucificaban.

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