Hemos celebrado la Fiesta del “Corpus Christi”
o “Cuerpo de Cristo” que está presente en “el Pan consagrado”: ¿Por qué realizamos
esta fiesta a lo largo de los siglos?, ¿acaso no se puede vivir cristianamente
sin la Eucaristía ?,
¿no es suficiente con “ser buenos y abierto a los demás”?
Esta Fiesta ha querido y quiere
recordarnos el sentido que Jesús quiso darle a aquella “Última Cena” con sus
discípulos. En aquella instancia les expresó que quería quedarse para siempre
con ellos, para acompañarlos (como “Pan del Peregrino”) y para “alimentarlos”
del significado que Él daba a su vida, propósito que expresó en el lavado de
los pies a sus amigos. La
Eucaristía sin este último gesto es algo vacío. Para Jesús
era tan importante este hecho que, al finalizar, les dijo a aquellos que lo
rodeaban: “Haced esto en memoria mía”, queriendo decir: “repítanlo para
acordarse siempre y no olvidar lo que les quise transmitir”. Así lo entendieron
los primeros cristianos, con tantas dificultades, y, el primer día de la semana
(el domingo), como recuerdo de la resurrección y por lo tanto del “nuevo
comienzo”, se reunían para hacer esta “memoria” (este “hacer presente”). Tal es
el origen de nuestra Mayor celebración, la Eucaristía.
Vivir la Eucaristía es una
respuesta al reconocer una fe recibida, que se funda en la vida y mensaje de
Jesús. Nadie se condena por no “celebrarla”, pero sí podemos mejorar en nuestra
vida celebrándola conscientemente y reconociendo también nosotros nuestra
debilidad.
Jesús la realizó en una comunidad y esto
también es significativo ya que nos “marca la cancha”: como familia podemos
superar las dificultades; solos es más difícil. Este aspecto no es menor ya que
podemos caer en un individualismo estéril.
Es bueno recordar que “LA EUCARISTÍA
ES SIGNO-REALIDAD DE LA GRAN MISERICORDIA
DE JESÚS QUE ACOMPAÑA NUESTRA VIDA”
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