miércoles, 24 de mayo de 2017

ESPERAMOS LA PROMESA DE JESUS: EL ESPÍRITU SANTO


Queridas familias:
Hace pocos días hemos celebrado la Pascua y la Fiesta de San Jorge y ahora la vida sigue su curso y para muchos es como si nada hubiese pasado. Entonces a nosotros: ¿qué nos dejó la Pascua?, ¿significó algo el haber celebrado a nuestro Patrono? Pues es necesario distinguir bien que para los cristianos son necesarias motivaciones válidas que dan sentido a nuestras vidas, y que no siempre, en nuestra condición de seres humanos, son las de índole cultural las que nos llevan a edificar con fe y esperanza una nueva creación tal como ha querido proponernos, en primer lugar y sobre todas las cosas, la Pascua y, además, San Jorge.
El hecho de que se comprenda y viva con autenticidad o no la relación entre “justicia y culto” es una realidad de siempre. Ya estaba presente en el mismo Antiguo Testamento y en la época de Jesús. La propuesta de Dios en el A.T. era un culto que tuviera presente la justicia, es decir, la relación fraterna con los demás y nunca solamente la relación con Él (recordar todo lo que Yahvéh había realizado con el Pueblo, especialmente el haberlos liberado de la esclavitud egipcia). De hecho, en los Salmos y Profetas, por citar un ejemplo, encontramos esta frase: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Podemos confrontarnos con los profetas Amós, Oseas, etc., y con aquellos hombres y mujeres para los cuales la tentación era siempre la misma: “cortarse solos” y olvidarse de los demás y pensar que con el “culto” ya “se metían a Dios en el bolsillo”. Lo mismo pasó en la época de Jesús: recordemos su gesto echando a los vendedores del Templo o dando el mandamiento nuevo que juntaba el “Amar a Dios sobre todas las cosas” (que pertenecía a la antigua ley) con “…y al prójimo como a ti mismo” (la novedad que nos trae Jesús), pues en esto consiste en verdad la Ley y la función de los profetas. De modo que la Alianza de Yahvéh se rompe siempre cuando se olvida este aspecto central. Y así como se rompió antes, la alianza con Dios también se rompe hoy.
Por todo esto (para que se cumpla la relación auténtica entre “justicia y culto”), resulta que la Pascua, cada año, nos vuelve a renovar la Alianza entre la Propuesta de Dios en Jesús y nuestro compromiso (promesas bautismales) de vivirlas. Solo así el culto, querido por el mismo Dios, es agradable al Padre, es salvador, es renovador y construye el Reino de Dios, ya que justicia (con los demás) y culto van inseparablemente unidos.
Recordemos: “si cuando vas a presentar tu ofrenda a Dios (culto), te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti (justicia), deja tu ofrenda sobre el altar, ve a reconciliarte con tu hermano y vuelve a presentar tu ofrenda”. También siempre recordemos que “hermano” es todo hombre con el que me relaciono y no sólo mis afectos. La tentación del fruto apetitoso está siempre latente en el corazón del hombre: la de separar la vida del culto y, también, la de separar la fe de la vida (“separar es igual a diabólico”).
Finalmente, la Pascua celebrada es una invitación a “que nuestra justicia sea superior a la de los escribas y fariseos de hoy”. Si tenemos humildad de corazón, el Espíritu Santo nos hará comprender toda la verdad de nosotros mismos y de la vida.

Que Dios “diga bien de nosotros” porque vamos a lo importante y porque no nos quedamos flotando en la superficie.

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