Afortunadamente, la Pascua no se reduce a un día o a
una semana sino que se prolonga a lo largo de cincuenta días hasta la Fiesta de
Pentecostés (Celebración del Espíritu Santo). Esta es la posibilidad que nos
ofrece Jesús para hacer que la semillita eche raíces y se fortalezca hasta
convertirse en una planta que da frutos, pues, como dice la Palabra de Dios por
medio del apóstol Santiago: “la fe sin las obras es una fe muerta”. Por todo
esto, el Pueblo cristiano está invitado a “no dormirse en los laureles” (¡ya
está!, ¡ya cumplí!: ¡fui a misa en pascua!) sino, muy por el contrario, a tomar
conciencia de que la Alianza hay que vivirla.
En esto nunca estamos solos, es una tarea compartida
con los que quieren vivir la misma fe en Cristo muerto y resucitado; con
aquellos que nos precedieron en la vida de fe, nuestros difuntos; y, también,
con los que no hemos conocido personalmente pero sabemos que están en Dios: los
Santos, especialmente María, que fue fiel al proyecto de Dios y que siguió a
Jesús contra viento y marea.
Este mes tendremos presente a María de una manera
especial en cuatro fiestas significativas: la Virgen de Luján (el día 8),
Nuestra Señora de Fátima (el día 13), María Auxiliadora (el día 24) y la
Visitación de María a su prima Isabel (el día 31). Todas estas fiestas tienen
algo en común: María es la servidora del Señor y está a nuestro favor para
ayudarnos a vivir con fe, esperanza y Amor la vida cristiana. También nos
ayudará San José (celebración, día 1º de mayo).
Según Lucas, los discípulos de Jesús estuvieron
reunidos con María durante cincuenta días, meditando, rezando, compartiendo
todo lo que habían vivido, especialmente los últimos días de Jesús hasta que
les fue enviado el Espíritu Santo, quien les aclaró todo: desde ese momento,
los discípulos comenzaron a “vivir” lo que Jesús les había pedido: “Como el
Padre me mandó, ahora yo los envío a ustedes, vayan por todo el mundo y anuncien
el Evangelio a todas las criaturas…”.
Este Tiempo Pascual es tiempo para aprovechar con la
oración, con la Lectura de la Palabra de Dios, con una participación más
comunitaria de la Misa, conscientes de que el culto tiene que estar unido a la
vida diaria.
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