Para los cristianos no sólo
es importante participar de la
Celebración de la Santa Misa (culto), sino que es
indispensable y necesario, porque nos identifica como creyentes. Por otra
parte, además de participar, es imprescindible recibir en ella la comunión
sacramental, acción que implica “sellar” la Alianza entre “justicia y culto”.
Pero, para ser sinceros y claros, no todos tienen las disposiciones objetivas
para recibir la comunión “sacramental” tal como lo enseña Jesús (“si cuando vas
a presentar tu ofrenda te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja
la ofrenda, ve a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda”)
y la Iglesia, (no obstante, cuando hay dudas consultar con el presbítero cada
circunstancia particular). ¿Entonces?, ¿qué?, ¿hay que dejar de participar de la Misa por este obstáculo?
Definitivamente: ¡No! ¿Tengo que sentirme menos porque no comulgo?: ¡No!
lunes, 29 de mayo de 2017
COMUNIÓN SACRAMENTAL Y COMUNIÓN ECLESIAL
viernes, 26 de mayo de 2017
EL TIEMPO PASCUAL
Afortunadamente, la Pascua no se reduce a un día o a
una semana sino que se prolonga a lo largo de cincuenta días hasta la Fiesta de
Pentecostés (Celebración del Espíritu Santo). Esta es la posibilidad que nos
ofrece Jesús para hacer que la semillita eche raíces y se fortalezca hasta
convertirse en una planta que da frutos, pues, como dice la Palabra de Dios por
medio del apóstol Santiago: “la fe sin las obras es una fe muerta”. Por todo
esto, el Pueblo cristiano está invitado a “no dormirse en los laureles” (¡ya
está!, ¡ya cumplí!: ¡fui a misa en pascua!) sino, muy por el contrario, a tomar
conciencia de que la Alianza hay que vivirla.
En esto nunca estamos solos, es una tarea compartida
con los que quieren vivir la misma fe en Cristo muerto y resucitado; con
aquellos que nos precedieron en la vida de fe, nuestros difuntos; y, también,
con los que no hemos conocido personalmente pero sabemos que están en Dios: los
Santos, especialmente María, que fue fiel al proyecto de Dios y que siguió a
Jesús contra viento y marea.
Este mes tendremos presente a María de una manera
especial en cuatro fiestas significativas: la Virgen de Luján (el día 8),
Nuestra Señora de Fátima (el día 13), María Auxiliadora (el día 24) y la
Visitación de María a su prima Isabel (el día 31). Todas estas fiestas tienen
algo en común: María es la servidora del Señor y está a nuestro favor para
ayudarnos a vivir con fe, esperanza y Amor la vida cristiana. También nos
ayudará San José (celebración, día 1º de mayo).
Según Lucas, los discípulos de Jesús estuvieron
reunidos con María durante cincuenta días, meditando, rezando, compartiendo
todo lo que habían vivido, especialmente los últimos días de Jesús hasta que
les fue enviado el Espíritu Santo, quien les aclaró todo: desde ese momento,
los discípulos comenzaron a “vivir” lo que Jesús les había pedido: “Como el
Padre me mandó, ahora yo los envío a ustedes, vayan por todo el mundo y anuncien
el Evangelio a todas las criaturas…”.
Este Tiempo Pascual es tiempo para aprovechar con la
oración, con la Lectura de la Palabra de Dios, con una participación más
comunitaria de la Misa, conscientes de que el culto tiene que estar unido a la
vida diaria.
jueves, 25 de mayo de 2017
EL ESPIRITU SANTO ¿PARA QUÉ?
“Para que seamos “Discípulos y
misioneros de Jesucristo
para que nuestros pueblos en Él tengan vida” (Jn. 14,6)
HE AQUÍ EL DESAFIO REAL Y
ESENCIAL (Aparecida, 386)
Todos los demás desafíos tienen en éste el plafón
sobre el que apoyarse y crecer. La misión de los cristianos (discípulos
misioneros) es comunicar, anunciar, transmitir la vida de Jesucristo. Un
anuncio o misión que se realiza con el testimonio de la vida personal y
comunitaria y teniendo presente estos tres momentos inseparables:
1. anuncio de la Palabra (en todas sus
formas y métodos) por medio de la comunicación de los valores que encontramos
en el Evangelio.
2. administrando los sacramentos. Estos son los
signos privilegiados que van jalonando y enriqueciendo la vida cristiana desde
el comienzo hasta el fin. Especialmente el Sacramento de la Eucaristía (no
confundir con solo la comunión sacramental) que es el “memorial de la muerte y
resurrección de Cristo” y que implica
antes que nada la “comunión eclesial” de los creyentes.
3. practicando la caridad. Apertura,
disponibilidad, amor fraterno, perdón, atención a los necesitados, etc.
Estos tres momentos son como un trípode. Una mesa no
se mantiene parada con dos patas, necesita por lo menos tres. Así la vida
cristiana, no se construye con una o dos patas (no importa el orden), sino que
necesita de los tres momentos.
miércoles, 24 de mayo de 2017
Fiestas Patronales
Etiquetas:
De la Capilla Espíritu Santo
ESPERAMOS LA PROMESA DE JESUS: EL ESPÍRITU SANTO
Queridas
familias:
Hace pocos días hemos celebrado la Pascua y la Fiesta
de San Jorge y ahora la vida sigue su curso y para muchos es como si nada
hubiese pasado. Entonces a nosotros: ¿qué nos dejó la Pascua?, ¿significó algo
el haber celebrado a nuestro Patrono? Pues es necesario distinguir bien que
para los cristianos son necesarias motivaciones válidas que dan sentido a
nuestras vidas, y que no siempre, en nuestra condición de seres humanos, son
las de índole cultural las que nos llevan a edificar con fe y esperanza una
nueva creación tal como ha querido proponernos, en primer lugar y sobre todas
las cosas, la Pascua y, además, San Jorge.
El hecho de que se comprenda y viva con autenticidad o
no la relación entre “justicia y culto” es una realidad de siempre. Ya estaba
presente en el mismo Antiguo Testamento y en la época de Jesús. La propuesta de
Dios en el A.T. era un culto que tuviera presente la justicia, es decir, la
relación fraterna con los demás y nunca solamente la relación con Él (recordar
todo lo que Yahvéh había realizado con el Pueblo, especialmente el haberlos
liberado de la esclavitud egipcia). De hecho, en los Salmos y Profetas, por
citar un ejemplo, encontramos esta frase: “Misericordia quiero y no
sacrificios”. Podemos confrontarnos con los profetas Amós, Oseas, etc., y con
aquellos hombres y mujeres para los cuales la tentación era siempre la misma:
“cortarse solos” y olvidarse de los demás y pensar que con el “culto” ya “se
metían a Dios en el bolsillo”. Lo mismo pasó en la época de Jesús: recordemos
su gesto echando a los vendedores del Templo o dando el mandamiento nuevo que
juntaba el “Amar a Dios sobre todas las cosas” (que pertenecía a la antigua
ley) con “…y al prójimo como a ti mismo” (la novedad que nos trae Jesús), pues
en esto consiste en verdad la Ley y la función de los profetas. De modo que la
Alianza de Yahvéh se rompe siempre cuando se olvida este aspecto central. Y así
como se rompió antes, la alianza con Dios también se rompe hoy.
Por todo esto (para que se cumpla la relación
auténtica entre “justicia y culto”), resulta que la Pascua, cada año, nos
vuelve a renovar la Alianza entre la Propuesta de Dios en Jesús y nuestro
compromiso (promesas bautismales) de vivirlas. Solo así el culto, querido por
el mismo Dios, es agradable al Padre, es salvador, es renovador y construye el
Reino de Dios, ya que justicia (con los demás) y culto van inseparablemente
unidos.
Recordemos: “si cuando vas a presentar tu ofrenda a
Dios (culto), te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti (justicia),
deja tu ofrenda sobre el altar, ve a reconciliarte con tu hermano y vuelve a
presentar tu ofrenda”. También siempre recordemos que “hermano” es todo hombre
con el que me relaciono y no sólo mis afectos. La tentación del fruto apetitoso
está siempre latente en el corazón del hombre: la de separar la vida del culto
y, también, la de separar la fe de la vida (“separar es igual a diabólico”).
Finalmente, la Pascua celebrada es una invitación a
“que nuestra justicia sea superior a la de los escribas y fariseos de hoy”. Si
tenemos humildad de corazón, el Espíritu Santo nos hará comprender toda la
verdad de nosotros mismos y de la vida.
Que Dios “diga bien de nosotros” porque vamos a lo
importante y porque no nos quedamos flotando en la superficie.
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