En ese momento de invasión y cultura romana, el “dios
sol” era, por su significado, el centro del culto para el imperio: ilumina, da
calor, es el eje alrededor del cual gira todo (los planetas, las estaciones,
etc.).
Qué mejor que sustituir esa centralidad pagana (solo
natural) por la del Hijo de Dios: Luz que viene a iluminar todo con nueva luz,
que viene a traernos una Buena Noticia, que transmite el calor del Amor de
Dios. Así se fue cambiando la fiesta del “dios sol” por el Nacimiento de Hijo
de Dios, convirtiéndose en una fiesta religiosa, de fe, y diferenciándose del
rito pagano. Por lo tanto, la fiesta de Navidad, celebrada el 25, no es
histórica ya que no se puede determinar la fecha del nacimiento: es una Fiesta
teológica.
Por todo esto, nosotros, los cristianos, la podemos
celebrar con gran alegría ya que nos recuerda que Dios nunca nos abandona. Su
cercanía se manifiesta con la presencia de su Hijo desde ese momento histórico
hasta el final de nuestros días. Es eso y solo eso el centro de la Navidad ; todo lo demás
puede tener sentido solamente si Jesús es el centro de la celebración.
¿Están todos de acuerdo con esta visión?
¡Evidentemente no! Existe una lucha por volver a hacerla pagana, sin Dios, y
por convertirla en un mero momento de diversión y de pasarla bien; un
acontecimiento donde otros personaje ocupan el lugar de Cristo; donde lo
importante son los regalos que nos intercambiamos haciendo que la economía de
los negocios en esos días se recuperen un poco más. Regalos que duran lo que
duran… Una lucha a la que todos estamos expuestos para no perder la centralidad
de nuestra fe.
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