VATICANO, 18 Nov. 15 / 04:53 am (ACI)
.- El Papa Francisco dedicó la Audiencia General
de este miércoles a reflexionar sobre el sentido de la puerta santa.
"La puerta es generosamente abierta,
pero nosotros debemos valerosamente cruzar el umbral", reflexionó. Además
indicó que "la puerta no debe ser forzada, al contrario, se pide permiso,
porque la hospitalidad resplandece en la libertad de la acogida".
A continuación el texto completo gracias a
Radio Vaticana:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
Con esta reflexión hemos llegado a umbral
del Jubileo. Delante de nosotros se encuentra la gran puerta de la Misericordia
de Dios, que acoge nuestro arrepentimiento ofreciendo la gracia de su perdón.
La puerta es generosamente abierta, pero nosotros debemos valerosamente cruzar
el umbral.
Del Sínodo de los Obispos, que hemos
celebrado el pasado mes de octubre, todas las familias, y la Iglesia entera, han recibido un gran aliento
para encontrarse bajo el umbral de esta puerta. La Iglesia ha sido animada a
abrir sus puertas, para salir con el Señor al encuentro de sus hijos y de sus
hijas en camino, a veces inciertos, a veces perdidos, en estos tiempos
difíciles. Las familias cristianas, en particular, han sido animadas a abrir la
puerta al Señor que espera para entrar, trayendo su bendición y su amistad.
El Señor no fuerza jamás la puerta: Él
también pide permiso para entrar, como dice el Libro del Apocalipsis: «Yo estoy
junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa
y cenaremos juntos” (3,20). Y en la última gran visión de este Libro, así se
profetiza de la Ciudad de Dios: «Sus puertas no se cerrarán durante el día», lo
que significa para siempre, porque «no existirá la noche en ella» (21,25).
Existen lugares en el mundo en los cuales no se cierran las puertas con llave.
Pero existen tantos otros donde las puertas blindadas se han convertido en
normales. Esto no nos sorprende; pero, pensándolo bien, ¡es un signo negativo!
No debemos rendirnos a la idea de tener que aplicar este sistema en toda
nuestra vida, en la vida de la familia, de la ciudad, de la sociedad. Y mucho
menos en la vida de la Iglesia. ¡Sería terrible! Una Iglesia inhóspita, así
como una familia cerrada en sí misma, mortifica el Evangelio y marchita el
mundo.
La gestión simbólica de las “puertas” – de
los umbrales, de los caminos, de las fronteras – se ha hecho crucial. La puerta
debe proteger, cierto, pero rechazar. La puerta no debe ser forzada, al
contrario, se pide permiso, porque la hospitalidad resplandece en la libertad
de la acogida, y se oscurece en la prepotencia de la invasión. La puerta
se abre frecuentemente, para ver si afuera esta alguno que espera, y tal vez no
tiene la valentía, o ni siquiera la fuerza de tocar. La puerta dice muchas
cosas de la casa, y también de la Iglesia. La gestión de la puerta necesita un
atento discernimiento y, al mismo tiempo, debe inspirar gran confianza.
Quisiera expresar una palabra de agradecimiento para todos los vigilantes de
las puertas: de nuestros condominios, de las instituciones cívicas, de las
mismas iglesias. Muchas veces la sagacidad y la gentileza de la recepción son
capaces de ofrecer una imagen de humanidad y de acogida de la entera casa, ya
desde el ingreso. ¡Hay que aprender de estos hombres y mujeres, que son los
guardines de los lugares de encuentro y de acogida de ciudad del hombre!
En verdad, sabemos bien que nosotros
mismos somos los custodios y los siervos de la Puerta de Dios, que es Jesús. Él
nos ilumina en todas las puertas de la vida, incluso aquella de nuestro
nacimiento y de nuestra muerte. Él mismo ha afirmado: «Yo soy la puerta. El que entra
por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento» (Jn 10,9).
Jesús es la puerta que nos hace entrar y salir. ¡Porque el rebaño de Dios es un
amparo, no una prisión! Son los ladrones, aquellos que tratan de evitar la
puerta, porque tienen malas intenciones, y se meten en el rebaño para engañar a
las ovejas y aprovecharse de ellas. Nosotros debemos pasar por la puerta y
escuchar la voz de Jesús: si sentimos su tono de voz, estamos seguros, somos
salvados. Podemos entrar sin temor y salir sin peligro. En este hermoso
discurso de Jesús, se habla también del guardián, que tiene la tarea de abrir
al buen Pastor (Cfr. Jn 10,2). Si el guardián escucha la voz del Pastor,
entonces abre, y hace entrar a todas las ovejas que el Pastor trae, todas,
incluso aquellas perdidas en el bosque, que el buen Pastor ha ido a buscarlas.
Las ovejas no los elige el guardián, sino el buen Pastor. El guardián – también
él – obedece a la voz del Pastor. Entonces, podemos bien decir que nosotros
debemos ser como este guardián. La Iglesia es la portera de la casa del Señor,
no la dueña.
La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa
significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien
no tiene amparo, para quien huye del peligro. Las familias cristianas hagan del
umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de
la acogida de Dios. Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón
de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios
que no te cierra la puerta, con la excusa que no eres de casa.
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