Todo cristiano debe saber que su crecimiento
como tal tiene como columna vertebral al “Año Litúrgico” (tiempo en el cual
Jesús realiza su salvación). Dentro del Año Litúrgico y ya finalizada la Semana Santa comienza el
“Tiempo Pascual”. Este período sirve para fortalecer
nuestra fe, cuyo objeto es el mismo Jesús resucitado. De esta manera, la fe que decimos tener será vivencial -y
no solo intelectual- y, además, evangelizadora. Un modo de “hacer viva” nuestra
fe consiste en retomar los textos evangélicos de los domingos del tiempo de
Cuaresma y “rumiarlos” a la luz del acontecimiento pascual: así encontraríamos
cosas interesantes como guías vivenciales y misioneras.
Pero este tiempo es también de preparación.
Una preparación cuya imagen tenemos en el cenáculo donde los discípulos, junto
con María y otros, esperan el cumplimiento de la promesa del don del Espíritu
Santo.
Nuestra Comunidad Parroquial, precisamente
para recordarnos permanentemente esta realidad, tiene la gracia de tener la Capilla dedicada al
Espíritu Santo. Por eso, este tiempo de preparación se dirige a sus Fiestas
Patronales, donde lo importante no es todo lo estructural y externo, sino
nuestra predisposición a la docilidad para dejar que sea Él quien renueve todas
las cosas, especialmente nuestro interior, nuestro corazón. Así se dio en el
cenáculo donde estaban reunidos los amigos de Jesús en oración, compartiendo la
vida, buscando releer todo lo que habían vivido y también todo lo que María les
podía comunicar.
¿Sabremos también nosotros tener esas mismas
actitudes que Jesús nos transmite por medio de la Palabra escrita (los
evangelios)? Ciertamente, los buenos propósitos se toparán con miles de
tentaciones, pero como nos dice Jesús “gracias a la constancia salvarán las
vidas”.
Mi deseo es que podamos juntos rezar un poco
más, reflexionar y rumiar todo lo vivido y lo que Dios nos ha transmitido por
medio de su Palabra.