Con la Pascua
se da una “nueva creación”: Cristo, con la instauración del Reino de Dios, hace
nuevas todas las cosas, incluida la humanidad. Históricamente este Reino se va
realizando por medio de la Iglesia ,
que en su aspecto más profundo y esencial es “la Comunidad creyente” y no
específicamente la estructura eclesiástica. Por eso Pablo insiste en este
aspecto fundamental de la
Iglesia : “su dimensión comunitaria”.
Para Pablo, el término Iglesia no es algo abstracto sino que
se refiere siempre a una comunidad
concreta que se encuentra en un
cierto lugar (Iglesia de Corinto, de Roma, de Tesalónica, de Filipo, de
Efeso, etc.), son las distintas comunidades individuales. Por el contrario, hoy
nosotros damos al término “Iglesia” un sentido “católico”, es decir, universal,
y tendemos a diluir el concepto de Iglesia; de esta manera no nos identificamos
con ninguna.
En Pablo la Iglesia tenía un sentido
extraordinario de comunión recíproca. El apóstol desechaba y se oponía con
energía al individualismo o al “cortarse solo”.
Además, y en relación con lo
dicho, para Pablo la Iglesia
era totalmente “igualitaria”. El santo
enseñaba que en Cristo ya no hay ni judíos ni griegos, ni esclavos ni
libres, ni hombres ni mujeres. ¡Todos son igualmente Hijos de Dios!, tienen la
misma dignidad. En el interior de la Comunidad había también funciones ministeriales
(de servicio hacia la misma), verdaderas y propias, pero no eran sacerdotales
en el sentido jerárquico posterior, había presidentes, personas encargadas de
guiar, organizar la asamblea y nada más.
San Pablo nos muestra cosas
esenciales para la vida cristiana con relación a la Comunidad concreta. ¿Es
suficiente sólo la información o es necesario pasar a la acción? Sus
indicaciones fueron motivo de controversias y dolor pero algo hay que tener en
claro: son “Palabra de Dios” a él confiadas para transmitirlas a las Iglesias
de todos los tiempos como proyecto y realización.
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