No son pocos, cristianos o
no, los que se preguntan: ¿qué quiere en definitiva el cristianismo? Cristo, de
donde viene «cristianismo», ¿qué pretendió cuando pasó entre nosotros, hace ya
más de dos mil años?
La respuesta debe, por un
momento, olvidar todo el aparato doctrinario creado a lo largo de la historia e
ir directamente a lo esencial. Y esto esencial debe poder expresarse de forma
que el hombre de la calle pueda entenderlo.
Jesús no comenzó
anunciándose a sí mismo o a la Iglesia. Anunció el Reino de Dios, que significa
el sueño de una revolución absoluta que se propone transformar todas las
relaciones que se encuentran deturpadas, en lo personal, en lo social, en lo
cósmico y especialmente con referencia a Dios. Este Reino empieza cuando las
personas se adhieren a este anuncio esperanzador y asumen la ética del Reino:
el amor incondicional, la misericordia, la fraternidad sin fronteras, la
aceptación humilde de Dios vivido como Padre de infinita bondad.
Además de proclamar el Reino
de Dios, ¿cuál es la intención original de Jesús? Los apóstoles hicieron esta
pregunta directamente a Jesús usando un rodeo lingüístico típico de aquel
tiempo: «Señor, enséñanos a orar» (Lucas 11,1). Esto es lo mismo que pedir:
«Danos un resumen de tu mensaje, ¿cuál es tu propuesta?». Jesús contesta con el
Padrenuestro. Es la ipsissima
vox Jesu: la palabra que salió indudablemente de la boca del Jesús
histórico.
En esta oración está lo mínimo de lo mínimo del mensaje de Jesús: Dios-Abba y su Reino, el ser humano y sus
necesidades. Más resumidamente: se trata del Padre nuestro y del pan nuestro en
el arco del sueño del Reino de Dios. Aquí se encuentran los dos movimientos:
uno hacia al cielo, y ahí encuentra a Dios como Abba, Padre nuestro querido y su proyecto de
rescate de toda la creación (el Reino); otro hacia la tierra, y ahí encuentra
el pan nuestro sin el cual no podemos vivir. Obsérvese que no se dice «mi
Padre» sino «Padre nuestro»; ni «mi pan» sino «nuestro pan de cada día».
Solamente podemos decir amén
si unimos los dos polos: el Padre con el pan. El cristianismo se realiza en
esta dialéctica: anunciar a un Dios bueno porque es Padre querido que tiene un
proyecto de total liberación y, al mismo tiempo, y a la luz de esta
experiencia, construir colectivamente el pan como medio de vida para todos.
Sabemos de la tragedia ocurrida con Jesús. El Reino fue rechazado y su
anunciador ejecutado en la cruz. Pero Dios tomó partido por Jesús: lo resucitó.
La resurrección no es la reanimación de un cadáver sino la emergencia del
«nuevo Adán» (l Corintios 15,45). La resurrección es la realización del sueño
del Reino en la persona de Jesús como anticipación de lo que va a ocurrir con
todos y con el universo entero.
La ejecución de Jesús y su
resurrección abrieron un espacio para que surgiesen el movimiento de Jesús, las
primeras comunidades a nivel familiar y local y, por fin, la Iglesia como
comunidad de fieles y comunidad de comunidades.
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