Se transcribe a
continuación la catequesis del Papa Francisco, importante documento para poder
entender, dentro de nuestra fe, el rol de la Iglesia.
La Iglesia es
nuestra Madre y todos somos parte de Ella
¡Queridos hermanos y
hermanas, buenos días!
Retomamos hoy la catequesis sobre la Iglesia en este "Año
de la fe". Entre las imágenes que el Concilio Vaticano II ha elegido para
hacernos entender mejor la naturaleza de la Iglesia, está la de "madre": la Iglesia es nuestra madre
en la fe, en la vida sobrenatural (cfr. Cost.
dogm. Lumen gentium,
6.14.15.41.42). Es una de las imágenes más usadas por los Padres de la Iglesia en los primeros
siglos y creo que puede ser útil también para nosotros. Para mí es una de las
imágenes más bellas de la
Iglesia: ¡la
Iglesia madre! ¿En qué sentido y en qué forma la Iglesia es madre? Partamos
de la realidad humana de la maternidad: ¿qué hace una madre?
1. En primer lugar una madre genera la vida, lleva en
su vientre durante nueve meses al propio hijo y después lo abre a la vida,
generándolo. Así es la Iglesia:
nos genera en la fe, por obra del Espíritu Santo que la hace fecunda, como la Virgen María. La Iglesia y la Virgen María son
madres, ambas; y lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen y lo que se dice de la Virgen se puede decir
también de la Iglesia.
Cierto es que la fe es un acto personal: "yo creo",
yo personalmente respondo a Dios que se hace conocer y quiere entrar en amistad
conmigo (cfr Enc. Lumen fidei, n. 39). Pero la fe yo la
recibo de otros, en una familia, en una comunidad que me enseña a decir
"yo creo", "nosotros creemos". ¡Un cristiano no es una
isla! Nosotros no nos hacemos cristianos en un laboratorio, solos y con
nuestras fuerzas, sino que la fe es un don de Dios que nos viene dado por la Iglesia a través de la Iglesia. Y la Iglesia nos da la vida de
fe en el bautismo: ese es el momento en que nos hace nacer como hijos de Dios,
el momento en el que nos dona la vida de Dios, nos genera como madre.
Si ustedes van al Baptisterio de San Juan de Letrán,
hay una inscripción en latín que dice más o menos así: "Aquí nace un
pueblo de estirpe divina, generado por el Espíritu Santo que fecunda estas
aguas, la Madre Iglesia
da a luz a sus hijos en estas olas". Esto nos hace entender algo
importante: nuestro formar parte de la Iglesia no es un hecho exterior y formal, no es
rellenar una carta que nos dan, sino que es un acto interior y vital: no se
pertenece a la Iglesia
como se pertenece a una sociedad, a un partido o a cualquier otra organización.
La unión es vital, como la que se tiene con la propia madre, porque, como
afirma san Agustín, "la
Iglesia es realmente madre de los cristianos".
Preguntémonos ahora: ¿cómo veo yo la
Iglesia? ¿Agradezco también a mis padres porque me han dado
la vida, agradezco a la
Iglesia porque me ha generado en la fe a través del bautismo?
¿Cuántos cristianos recuerdan la fecha de su bautizo?
Quisiera hacer esta pregunta aquí a ustedes, pero que
cada uno responda en su corazón: ¿cuántos de ustedes recuerdan la fecha de su
bautizo? Algunos levantan las manos, pero ¡cuántos no la recuerdan! Pero la
fecha del bautizo es la fecha de nuestro nacimiento a la Iglesia, y la fecha en la
que nuestra madre Iglesia nos ha dado a luz. Y ahora les dejo una tarea para
casa. Cuando hoy ustedes vuelvan a casa, vayan a buscar bien cuál es la fecha
del bautismo, y esto para festejarlo, para dar gracias al Señor por este don
¿Lo harán? ¿Amamos la Iglesia
como se ama a la propia madre, sabiendo también comprender sus defectos? Todas
las madres tienen defectos, todos tenemos defectos, pero cuando se habla de los
defectos de la madre nosotros los cubrimos, los amamos así. Y la Iglesia tiene también sus
defectos: ¿la amamos así como a la madre, la ayudamos a ser más bella, más
auténtica, más según el Señor? Les dejo estas preguntas, pero no se olviden de
la tarea: buscar la fecha del bautismo para tenerla en el corazón y
festejarla.
2. Una madre no se limita a dar la vida, si no que con
gran cuidado ayuda a sus hijos a crecer, les da la leche, los alimenta, enseña
el camino de la vida, los acompaña siempre con sus atenciones, con su afecto,
con su amor, también cuando son mayores. Y en esto sabe también corregir,
perdonar, comprender, saber estar cerca en la enfermedad, en el sufrimiento. En
una palabra, una buena madre ayuda a los hijos a salir de sí mismos, a no
quedarse cómodamente bajo las alas maternas, como una cría de pollo que está
bajo las alas de la gallina. La
Iglesia como buena madre hace lo mismo: acompaña nuestro
crecimiento transmitiendo la
Palabra de Dios, que es una luz que nos indica el camino de
la vida cristiana; administrando los sacramentos. Nos alimenta con la
eucaristía, nos lleva el perdón de Dios a través del sacramento de la
reconciliación, nos sostiene en el momento de la enfermedad con la unción de
enfermos. La Iglesia
nos acompaña en toda nuestra vida de fe, en toda nuestra vida cristiana.
Podemos hacernos entonces otras preguntas: ¿qué relación tengo con la Iglesia?, ¿la siento como
madre que me ayuda a crecer como cristiano?, ¿participo en la vida de la Iglesia, me siento parte
de ella?, ¿mi relación es formal o es vital?
3. Un tercer breve pensamiento. En los primeros siglos
de la Iglesia,
estaba bien clara una realidad: la
Iglesia, mientras es madre de los cristianos, mientras
"hace" los cristianos, está también "hecha" de ellos. La Iglesia no es algo
distinto de nosotros mismos, pero vista como la totalidad de los creyentes,
como el "nosotros" de los cristianos: yo, tú, nosotros somos parte de
la Iglesia. San
Jerónimo escribía: "La
Iglesia de Cristo no es otra cosa sino las almas de los que
creen en Cristo". Por tanto, la
maternidad de la Iglesia
la vivimos todos, pastores y fieles.
A veces escucho: "yo creo en Dios pero no en la Iglesia... He oído
que la Iglesia
dice...los curas dicen..." Pero una cosa son los sacerdotes, la Iglesia no está formada
solo de sacerdotes, ¡la
Iglesia somos todos! Y si vos decís que creés en Dios y no creés
en la Iglesia,
estás diciendo que no creés en vos mismo; y esto es una contradicción. La Iglesia somos todos, desde
el niño recién bautizado hasta los obispos, el papa; ¡todos somos Iglesia y
todos somos iguales a los ojos de Dios! Todos estamos llamados a colaborar al
nacimiento de la fe de nuevos cristianos, todos estamos llamados a ser
educadores en la fe y a anunciar el Evangelio. Cada uno que se pregunte: ¿qué
hago yo para que otros puedan compartir la fe cristiana? ¿Soy fecundo en mi fe
o cerrado? Cuando repito que amo una Iglesia no cerrada en su recinto, pero
capaz de salir, de moverme, también con algún riesgo, para llevar a Cristo a
todos, pienso a todos, a mí, a vos, ¡a cada cristiano! Todos participamos de la
maternidad de la Iglesia,
para que la luz de Cristo alcance los extremos de los confines de la tierra. ¡Y
viva la Santa Madre
Iglesia!