miércoles, 1 de mayo de 2013

El Rincón de la Catequesis


El Catecumenado era y es una institución de la Comunidad para introducir, a los que así lo deseen, a la familia de Dios, a la Iglesia concreta, en un lugar concreto. Es un proceso que realizan los que quieren seguir a Jesús más de cerca, en palabras más sencillas, es la Iniciación Cristiana. Ella va acompañando, en nuestro caso a los niños, en el crecimiento de la fe para llegar un día a adherir conscientemente a Jesús presente en la Iglesia. Este proceso catecumenal comienza el día del Bautismo, cuando los catecúmenos entran en la Iglesia. Con este Sacramento reciben de parte de Dios y por medio de la misma Iglesia el don de la fe, aunque este signo deberá ser desarrollado a partir de aquí. En este comienzo tienen un papel  insustituible los padres que asumen el compromiso “de educar en el amor a Dios y a los demás” participando de la Familia de Jesús.

Más tarde, también la Comunidad cristiana intervendrá en esta educación por medio de la catequesis. El objetivo de la misma es educar en la vida de fe y en la participación plena en la vida de la Iglesia. Para ello los participantes serán ayudados por el mismo Jesús por medio de los Sacramentos de la Confirmación, que además de permitirles dar una respuesta afirmativa a Cristo que los llama a continuar su obra, implica un compromiso con Él siendo sus discípulos. Finalmente, los catecúmenos sellarán una alianza nueva y eterna con Jesús recibiéndolo de una manera verdadera por medio de su Cuerpo y de su Sangre (La Eucaristía).
Por esto mismo, el día de Pentecostés los niños de la 1º etapa serán admitidos a este camino comunitario; los niños de la 2º etapa recibirán el Credo para que lo recuerden y, sobre todo, lo vivan; y los de la 3º etapa renovarán las Promesas del Bautismo ya por sí solos, pero sostenidos por toda la comunidad.
En este proceso nunca insistiremos suficientemente ya que existe una cultura no muy eclesial acerca del rol de los padres -que deben acompañar, sostener, ayudar- y sobre el rol de la Comunidad -que debe acoger, interesarse, participar y apoyar-, cada uno en su medida pero, sobre todo, con amor.
Si en una familia normal, como las nuestras, hay una preocupación por la educación de los hijos nacidos en ella, también en la Familia de Dios, la Comunidad concreta, tiene que haber esa misma preocupación, ya que no es la sangre lo que nos une, sino la fe en Jesucristo.

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