El Catecumenado era y es una institución de la Comunidad para
introducir, a los que así lo deseen, a la familia de Dios, a la Iglesia concreta, en un
lugar concreto. Es un proceso que realizan los que quieren seguir a Jesús más
de cerca, en palabras más sencillas, es la Iniciación Cristiana.
Ella va acompañando, en nuestro caso a los niños, en el crecimiento de la fe
para llegar un día a adherir conscientemente a Jesús presente en la Iglesia. Este
proceso catecumenal comienza el día del Bautismo, cuando los catecúmenos entran
en la Iglesia. Con
este Sacramento reciben de parte de Dios y por medio de la misma Iglesia el don
de la fe, aunque este signo deberá ser desarrollado a partir de aquí. En este
comienzo tienen un papel insustituible
los padres que asumen el compromiso “de educar en el amor a Dios y a los demás”
participando de la Familia
de Jesús.
Más tarde, también la Comunidad cristiana
intervendrá en esta educación por medio de la catequesis. El objetivo de la
misma es educar en la vida de fe y en la participación plena en la vida de la Iglesia. Para ello los
participantes serán ayudados por el mismo Jesús por medio de los Sacramentos de
la Confirmación ,
que además de permitirles dar una respuesta afirmativa a Cristo que los llama a
continuar su obra, implica un compromiso con Él siendo sus discípulos.
Finalmente, los catecúmenos sellarán una alianza nueva y eterna con Jesús
recibiéndolo de una manera verdadera por medio de su Cuerpo y de su Sangre (La Eucaristía ).
Por esto mismo, el día de Pentecostés los
niños de la 1º etapa serán admitidos a este camino comunitario; los niños de la
2º etapa recibirán el Credo para que lo recuerden y, sobre todo, lo vivan; y los
de la 3º etapa renovarán las Promesas del Bautismo ya por sí solos, pero
sostenidos por toda la comunidad.
En este proceso nunca insistiremos
suficientemente ya que existe una cultura no muy eclesial acerca del rol de los
padres -que deben acompañar, sostener, ayudar- y sobre el rol de la Comunidad -que debe
acoger, interesarse, participar y apoyar-, cada uno en su medida pero, sobre
todo, con amor.
Si en una familia normal, como las nuestras,
hay una preocupación por la educación de los hijos nacidos en ella, también en la Familia de Dios, la Comunidad concreta,
tiene que haber esa misma preocupación, ya que no es la sangre lo que nos une,
sino la fe en Jesucristo.
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