viernes, 9 de noviembre de 2012

EL PECADO EXISTE… ¿Y LOS PECADORES?




Uno de los comportamientos de Jesús de Nazaret más desconcertantes para los doctores de la Ley, fue el sentarse a comer con personas que no eran consideradas respetables y que incluso eran tenidas como pecadores.
Entre los judíos de aquel tiempo se daba este nombre a las personas que por sus costumbres o su profesión eran consideradas impuras, por tal motivo compartir la mesa con ellos era como una afrenta para la gente “bien”.
Jesús, escuchó las murmuraciones y les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” (Mt 9,12).

En nuestros días, podemos preguntarnos: ¿cómo actuaría Jesús frente a los no practicantes, a los divorciados, a las parejas irregulares, incluso frente a los delincuentes?
¿No nos diría: “No subestimen a los que son infractores, no los miren despectivamente, como si ustedes fueran mejores que ellos ante Dios”? Porque ¿quién puede juzgar cuál es la medida en que cada uno responde a la luz que ha recibido?
Numerosas oraciones y devociones actuales enfatizan la urgente necesidad de rezar mucho por los pecados de todo el mundo, sin mencionar ni cuestionar los propios pecados.
Jesús nos dice que no vivamos tan preocupados por los pecados de los demás, al punto de olvidarnos de los nuestros, tratando de sacar la basurita del ojo ajeno, sin ver las que tenemos en los propios.
No nos pide que aceptemos conductas irregulares o contemporizar - mirando hacia otro lado - cuando vemos las transgresiones a la Ley de Dios o a las leyes humanas. Pero ante ellas tengamos presente el mensaje de Jesús, personificado en sus actitudes, por ejemplo, en el respeto por la mujer pecadora o por la samaritana.
El mensaje de Jesús nos recuerda en todo momento que Dios ama a todos los seres humanos y nunca descarta la posibilidad de que alguien se convierta y vuelva hacia El. Nos dice que los que tratan de ser perfectos, “como el Padre celestial es perfecto” (Mt. 5,48), y los que buscan “amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu y al prójimo como a sí mismos” (Mc. 12,29-31) son amados por Dios. Y nos invita a reconocer que todo lo que tenemos de bueno es obra de Dios.
Nosotros también queremos sentarnos a la mesa del Señor, pero ¿quién de nosotros no es un pecador? Cada vez que participamos de la Misa, El se sienta con nosotros para prolongar su presencia en nuestra vida, compartiendo el pan de su Palabra y el Pan de la Eucaristía.

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