Uno de los comportamientos de Jesús de Nazaret más
desconcertantes para los doctores de la
Ley , fue el sentarse a comer con personas que no eran
consideradas respetables y que incluso eran tenidas como pecadores.
Entre los judíos de aquel tiempo se daba este nombre a
las personas que por sus costumbres o su profesión eran consideradas impuras,
por tal motivo compartir la mesa con ellos era como una afrenta para la gente
“bien”.
Jesús, escuchó las murmuraciones y les dijo: “No son
los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” (Mt 9,12).
En nuestros días, podemos preguntarnos: ¿cómo actuaría
Jesús frente a los no practicantes, a los divorciados, a las parejas
irregulares, incluso frente a los delincuentes?
¿No nos diría: “No subestimen a los que son
infractores, no los miren despectivamente, como si ustedes fueran mejores que
ellos ante Dios”? Porque ¿quién puede juzgar cuál es la medida en que cada uno
responde a la luz que ha recibido?
Numerosas oraciones y devociones actuales enfatizan la
urgente necesidad de rezar mucho por los pecados de todo el mundo, sin
mencionar ni cuestionar los propios pecados.
Jesús nos dice que no vivamos tan preocupados por los
pecados de los demás, al punto de olvidarnos de los nuestros, tratando de sacar
la basurita del ojo ajeno, sin ver las que tenemos en los propios.
No nos pide que aceptemos conductas irregulares o
contemporizar - mirando hacia otro lado - cuando vemos las transgresiones a la Ley de Dios o a las leyes
humanas. Pero ante ellas tengamos presente el mensaje de Jesús, personificado
en sus actitudes, por ejemplo, en el respeto por la mujer pecadora o por la
samaritana.
El mensaje de Jesús nos recuerda en todo momento que
Dios ama a todos los seres humanos y nunca descarta la posibilidad de que
alguien se convierta y vuelva hacia El. Nos dice que los que tratan de ser
perfectos, “como el Padre celestial es perfecto” (Mt. 5,48), y los que buscan
“amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu y al
prójimo como a sí mismos” (Mc. 12,29-31) son amados por Dios. Y nos invita a reconocer que todo lo que
tenemos de bueno es obra de Dios.
Nosotros también queremos sentarnos a la mesa del
Señor, pero ¿quién de nosotros no es un pecador? Cada vez que participamos de la Misa , El se sienta con
nosotros para prolongar su presencia en nuestra vida, compartiendo el pan de su
Palabra y el Pan de la
Eucaristía.
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