El rito bautismal, esta primera parte de los
Sacramentos de la
Iniciación cristiana, llega a su fin, pero nada termina, más
bien todo comienza. La semilla de la vida cristiana (la vida divina se le
regaló a todos en el momento de la concepción), está echada. Y como toda
semilla habrá que cuidarla, protegerla, alimentarla, podarla, etc. Esta primera
etapa es “responsabilidad” de los padres. El bautismo, ya lo dijimos “no hace
cristiano a nadie”; lo somos cuando libremente decidimos “ser discípulos de
Jesús” y por lo tanto lo seguimos. Este concepto no es demasiado comprendido y
aceptado; más bien tenemos la idea de que se es cristiano por ser bautizado y…
lo demás queda por cuenta de Dios.
A partir del bautismo el “Dios invisible y abstracto” se hace presente
en su Hijo Jesús, el Dios encarnado. Este tema es de fundamental importancia y
si lo comprendemos bien estaremos construyendo la casa, nuestra vida y la Iglesia , sobre un
fundamento sólido. De otra manera, como vemos, la vida cristiana se derrumba.
El rito termina indicando que gracias al Bautismo ya
comenzamos a ser todos hermanos de Jesús y hermanos entre nosotros. Por eso se
reza el “Padre Nuestro” (síntesis del Evangelio), y se invoca a María, madre de
Jesús y por ende madre nuestra, para que proteja y acompañe la misión materna y
paterna de “comunicar la fe cristiana”
al hijo. Ella no falla cuando de corazón la invocamos y seguimos.
La bendición concluye esta etapa, con la conciencia
que en la misión encomendada de educadores en la fe, Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo, acompañarán siempre nuestras vidas.
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