viernes, 9 de noviembre de 2012

Capilla Espíritu Santo



Nos sentimos muy felices por los pasados festejos del 14° aniversario de la consagración del templo. Si bien las expectativas  fueron amplias, lamentamos no haber contado con todos los miembros de la comunidad que hubiéramos querido que nos acompañaran pero el balance es satisfactorio; por lo tanto seguiremos trabajando, esforzándonos, animando y contagiando el entusiasmo a más hermanos.
Gracias a los colaboradores de siempre, ¡a no bajar los brazos!

Compartimos unas líneas del documento “Familiaris Consortio”.

Esta Encíclica fue elaborada a los tres meses de la clausura del Sínodo de los obispos, el 25 de octubre de 1980 por Juan Pablo II. Habiendo celebrado el pasado mes  “el mes de la familia”, nunca más oportuno, sus palabras tan vigentes…

A vosotros, esposos; a vosotros, padres y madres de familia.
A vosotros, jóvenes, que sois el futuro y la esperanza de la Iglesia y del mundo, y seréis los responsables de la familia en el tercer milenio que se acerca.
A vosotros, venerables y queridos hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, queridos hijos religiosos y religiosas, almas consagradas al Señor, que testimoniáis a los esposos la realidad última del amor de Dios.
A vosotros, hombres de sentimientos rectos, que por diversas motivaciones os preocupáis por el futuro de la familia, se dirige con anhelante solicitud mi pensamiento al final de esta Exhortación Apostólica.

¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!
Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia.
A este respecto, siento el deber de pedir un empeño particular a los hijos de la Iglesia. Ellos, que mediante la fe conocen plenamente el designio maravilloso de Dios, tienen una razón de más para tomar con todo interés la realidad de la familia en este tiempo de prueba y de gracias.
Deben amar de manera particular a la familia. Se trata de una consigna concreta y exigente.
Amar a la familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos siempre.
Amar a la familia significa individuar los peligros y males que la amenazan, para poder superarlos.
Amar a la familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo.
 Finalmente, una forma eminente de amor es dar a la familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios le ha confiado: “Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo.

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