Nos sentimos muy felices por los pasados festejos del 14° aniversario
de la consagración del templo. Si bien las expectativas fueron amplias, lamentamos no haber contado
con todos los miembros de la comunidad que hubiéramos querido que nos
acompañaran pero el balance es satisfactorio; por lo tanto seguiremos
trabajando, esforzándonos, animando y contagiando el entusiasmo a más hermanos.
Gracias a los colaboradores de siempre, ¡a no bajar los brazos!
Compartimos unas líneas del documento “Familiaris Consortio”.
Esta Encíclica fue elaborada a los tres meses de la clausura del
Sínodo de los obispos, el 25 de octubre de 1980 por Juan Pablo II. Habiendo
celebrado el pasado mes “el mes de la
familia”, nunca más oportuno, sus palabras tan vigentes…
A vosotros, esposos; a vosotros, padres y madres de familia.
A vosotros, jóvenes, que sois el futuro y la esperanza de la Iglesia y del mundo, y
seréis los responsables de la familia en el tercer milenio que se acerca.
A vosotros, venerables y queridos hermanos en el Episcopado y en el
sacerdocio, queridos hijos religiosos y religiosas, almas consagradas al Señor,
que testimoniáis a los esposos la realidad última del amor de Dios.
A vosotros, hombres de sentimientos rectos, que por diversas
motivaciones os preocupáis por el futuro de la familia, se dirige con anhelante
solicitud mi pensamiento al final de esta Exhortación Apostólica.
¡El futuro
de la humanidad se fragua en la familia!
Por consiguiente
es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por
salvar y promover los valores y exigencias de la familia.
A este
respecto, siento el deber de pedir un empeño particular a los hijos de la Iglesia. Ellos , que
mediante la fe conocen plenamente el designio maravilloso de Dios, tienen una
razón de más para tomar con todo interés la realidad de la familia en este
tiempo de prueba y de gracias.
Deben amar
de manera particular a la familia. Se trata de una consigna concreta y
exigente.
Amar a la
familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos
siempre.
Amar a la
familia significa individuar los peligros y males que la amenazan, para poder
superarlos.
Amar a la
familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo.
Finalmente, una forma eminente de amor es dar
a la familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y
angustiada por las dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma,
en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios le ha
confiado: “Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse
más alto. Es necesario que sigan a Cristo.
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