viernes, 30 de marzo de 2012

BAUTISMO


La respuesta de los papás y los padrinos a la invitación de “educar cristianamente” a sus hijos y ahijados es la respuesta de asumir este mismo compromiso frente a Dios; es una nueva alianza para construir una humanidad renovada a partir de la elección del camino cristiano. Esta respuesta es también una aceptación a vivir la vida de “Hijos de Dios” dentro de la Iglesia, porque la Iglesia, antes que ser una realidad estructurada y humana, es la comunidad cristiana de los que creen en Jesús, es “su familia”. El hecho de que luego esta familia se estructura humanamente y se manifiesta en lo que es visible es secundario, aunque como realidad humana tenga siempre necesidad de reformarse (lo vemos en lo que sucedió a lo largo de los 20 siglos de su existencia). Es por esto que el nuevo cristiano tendrá que ir adquiriendo una visión de fe para ver más allá de lo visible y estructural y para que con su vida colaborare en mejorar la familia de Jesús. Vemos entonces que se trata de todo un programa de vida que supera ampliamente el límite de lo que normalmente se piensa como bautismo.

Por todo esto, luego de la respuesta afirmativa de los papás y padrinos, el celebrante -junto con ellos- marcará la frente del bautizando con la señal de la cruz. Por este signo el nuevo cristiano es aceptado dentro de la Iglesia: la marca de la cruz indica “pertenencia” y asimismo -ya desde el comienzo- la idea de que ser cristianos es “remar contra corriente”, como dice Jesús: “el que quiera seguirme que cargue con su cruz y me siga”. Además, en cuanto “pertenencia”, cuando San Pedro dice: “Cristo nos compró con el precio de su sangre”, indica que si nos compró, le pertenecemos. El preció fue la entrega de su vida.
La cruz existe y hay que saberla llevar con dignidad conscientes de que no se lleva en soledad: Jesús es nuestro Cireneo y nuestra familia (la natural y la cristiana) nos ayuda. No debe reducirse el signo de la cruz a la idea de la vida cristiana como un vivir “reprimiéndonos”, “castigándonos”, “sufriendo”, etc. Es bueno recordar -ya que todo no se puede explicar en la celebración del rito- que la “cruz” es solo un medio y no un fin. El cristiano, por el don de la fe y sobre todo de la fe pascual, sabe que la vida humana de Jesús no termina un viernes santo sino el día de la resurrección, el domingo pascual. Así, por el don de la fe, tiene claro que su vida no culmina con la muerte, sino que se hace verdad que la vida es eterna (con todo lo que ello significa).
Por otro lado, este medio, el de la cruz, Jesús lo asumió por nosotros: Cristo no quiere que lo asumamos materialmente porque Él ya realizó la salvación; la misma vida, con sus dificultades, luchas, ambivalencias, etc., es una cruz y nosotros la llevamos sostenidos -como dijimos antes- por Jesús, su presencia en los sacramentos, y por nuestra familia cristiana, la comunidad.

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