Hay una constante en
la vida de la Parroquia ,
ya desde la época en que era “Oratorio”, muchas veces no percibida o
comprendida. Es la de la
Parroquia como “Familia de Dios”. Así como tenemos en claro
cuáles son las características de una familia (la humana), no lo tenemos tan en
claro cuando nos referimos a la vida de la
Parroquia. Aquí nos encontramos con
dos conceptos: 1. el de estructura
de servicio sacramental o religioso y 2.
el de ser una familia que está llamada a recorrer el camino del ideal
presentado en la Palabra
de Dios (Hechos 2,42): “eran asiduos a la
enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a la
oración común……, ponían todo en común…..”
1.
La Parroquia como estructura de
servicio. Nadie puede dudar que la parroquia presta un servicio; lo hace por
medio del anuncio de la
Palabra de Dios, de los Sacramentos, de la Caridad. Pero lo que si nos
olvidamos es que estos servicios no tienen un fin en sí mismos, son “servicios”
para integrar, para formar, para hacer participar de la Familia de Dios o de la Iglesia ; para que podamos
“ser el Cuerpo de Cristo” teniendo un único Espíritu que nos une. Son para que
podamos recorrer “el camino” de la vida cristiana juntos y nunca cada uno por
su lado. Los servicios son el puntapié inicial, son importantes pero no son el
objetivo a alcanzar.
2.
La Parroquia como “Comunidad”.
Como Familia de Dios”. Y aquí descubrimos dos vertientes:
a) la vida interna de los que optaron participar de la
vida de la Comunidad
con todas las dificultades que ella comporta pero confiando más en la acción de
Jesús que en nuestra manera de ser y sentir y
b) lo que la Comunidad o familia está llamada a vivir en
función de los que nos rodean y hay que ofrecerles la propuesta de Jesús
(continuar su obra anunciadora).
a) Una familia
normal se comprende cuando cada miembro se siente parte de ella y da lo
mejor por los demás; así se crece humana y espiritualmente; así se consolidan
los lazos afectivos. En la familia natural lo que une es el amor llamado “stergo” (en griego) que nace más de la
sangre que de otra cosa, éste es el afecto familiar, de parentesco.
En la familia
cristiana o comunidad, el amor es otro, el llamado “ágape”, que no nace de la sangre ni de parentesco, sino que es el
“amor de Dios” comunicado por el Espíritu Santo, desinteresado, que no espera
retorno, que está dispuesto a acoger al “diferente” y al “enemigo”. Y en este
amor se crece cuando somos atraídos por Jesús y respondemos. Cuando se van
poniendo los medios humanos para “el encuentro”, la “integración”, el compartir,
etc. Se da en el culto o momentos espirituales y se da contemporáneamente en
las demás propuestas que se ofrecen. Recordemos:
“El testimonio
personal lleva la firma del que lo realiza. El testimonio de una Comunidad
lleva la firma de Cristo”
b) Pero además, para la Comunidad , hay algo más:
está la vivencia del mandato de Jesús “así
como el Padre me envió, yo los envío a ustedes”; “sean mis testigos en todas
partes”; “de cómo ustedes se amen, reconocerán que son mis discípulos”.
Esta actividad es hoy más que nunca
urgente e imperiosa, y está finalizada a “integrar” a la vida de la Iglesia a nuestros
hermanos con los que nos contactamos. Que ellos puedan conocer el “PROYECTO” de
Jesús y entrar a recorrer este “camino” de vida cristiana. Vida cristiana que
no se opone a la vida humana, sino que le da orientación, sentido, plenitud.
Esto es en síntesis la constante de nuestra
Parroquia. A veces es clara, otras veces confusa por la misma confusión en la
que vive la sociedad.
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