En nuestra Comunidad estamos acostumbrados, al entrar en el Templo para la celebración, dirigirnos donde están las hostias que nos servirán para la Misa. ¿Pero que sentido tiene eso? ¿No es más fácil, en el momento de la comunión, abrir el Sagrario y recibir las hostias allí guardadas?
Con todo el respeto que se merece la Eucaristía guardada en el Sagrario, ¿hay alguien que come el pan de la semana pasada? Pero no es esa la razón fundamental del gesto de depositar la hostia en la patena al entrar. ¿Qué significa?
Esa hostia que tomo para depositar en la patena expresa “el fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, es decir de nuestra humanidad. Estoy poniendo mi vida en la patena para que sea ofrecida a Dios en agradecimiento por el don de la existencia (con lo bueno y con lo malo, con la realidad y la esperanza). Quiero, con ese gesto, compartir mi vida con la de Jesús, nuestro Dios. Quiero imitarlo a El que vino para compartir la vida con los hombres. Mi deseo es “convertirme en otro Cristo”
Pero no solo eso. En esa patena se colocará, además de “mi vida” las vidas de mis hermanos en la fe que también quieren ofrecerse, como dice S. Pablo, “como hostias vivas”. ¡No estoy yo solo! Juntos nos ofrecemos a Dios, juntos compartimos nuestras vidas.