viernes, 1 de febrero de 2019

MISIÓN DEL PÁRROCO EN UNA COMUNIDAD



Una de las misiones del párroco en una Comunidad -no la única pero sí una de suma importancia- es la de “ser educador de la fe”. Es una misión irrenunciable; la presencia del sacerdote y el sentido presbiteral no tendrían sentido sin esta misión. El Párroco hace presente el objeto de nuestra fe, a Jesús el Buen Pastor, el que siembra la semilla de la fe en las personas y pide a sus colaboradores ministeriales (servidores: Papa, Obispos, Presbíteros y Diáconos) que, además de transmitir la fe, la eduquen. Sería incongruente pensar que el Párroco es el empleado eclesiástico encargado de distribuir sacramentos sin ton ni son y que la palabra “administrar”, sea igual a “repartir” sin más los signos cristianos.
Educar viene de “e-ducere” (conducir de adentro hacia afuera). El mejor ejemplo, tomado de la misma naturaleza, es el de la semilla que el agricultor coloca en la tierra preparada. En este caso la semilla la pone el mismo Jesús (son los tres dones sobrenaturales: Fe, Esperanza, Amor). Luego Él, a través de sus colaboradores, tiene que hacer que esa semilla se desarrolle, regándola, abonándola, cuidándola; más tarde esa semillita se irá convirtiendo en plantita y, por lo tanto, necesitará un tutor (lo importante de este elemento) para que no se deje vencer por los vientos; necesitará también que el agricultor le pode todas las ramitas que se van en vicio y dificultan el crecimiento fuerte y seguro. El objetivo es que esa planta dé los frutos propios de la naturaleza de la semilla. En este caso, la semilla de la fe dará los frutos de vida cristiana, que son las obras…
¿Cuál es el potencial escondido en la semilla? ¡Es Jesús!, ese es el contenido de nuestra fe. Es la Palabra hecha carne que anuncia quién es Dios y qué es el hombre; el que da la vida para unir lo humano con lo divino, el que nos devuelve la filiación divina; el que  perdona los pecados. Por eso, lo que el agricultor tiene que cuidar es que la Palabra de Dios se desarrolle y crezca  para que quien se dice cristiano se convierta en otro Cristo.
Conocemos las dificultades de vivir esta misión. La cultura del individualismo, el “yo me las arreglo sólo”, hace difícil educar y ser educado. Nos cuesta saber escuchar y rumiar, en este mundo frenético cuesta interesarse por las realidades de Dios (la Fe); la superficialidad, la falta de mirada sacramental (ver solo lo humano), etc. impide que la semilla crezca.  Consuela el hecho de saber que ni Juan el Bautista (que predicaba en el desierto), ni el resto de los profetas, ni aún el mismo Jesús tuvieron mucho éxito. Pero igualmente podemos ver que Dios ha seguido y sigue su camino de salvación. Él será el Juez frente a nuestras decisiones,  respuestas y sinceridad de intenciones.

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