Nuestra cultura
religiosa cristiana no tiene muy en claro que la Eucaristía es el corazón de la
vida de los cristianos y de una Comunidad. Nos hemos acostumbrado -y pienso que
es más por ignorancia que por costumbre- a desconocerla o minimizarla. De hecho,
el 3º mandamiento nos dice “Santificar la fiesta” y la Iglesia la protege con
el 1º “precepto”: “Participar de la Misa todos los domingos y fiestas de
precepto”.
Sobre todo esto,
vale recordar aquello que Jesús le dijo a sus amigos en la “Última Cena” (su
única eucaristía): “HACED ESTO EN
MEMORIA MÍA”. Es un mandato. La palabra “memoria” no sólo quiere decir “recordar”, es sobre todo “hacer presente” con un rito y gestos
lo que Él realizaría al día siguiente: “dar la vida para el perdón de los
pecados y, por ende, para ponernos en sintonía con la divinidad” para realizar
en ese gesto, “el jubileo”, en favor de los hombres (volver al estado original:
ser imagen y semejanza con Dios).
Entonces, si no
participo, ¿qué pasa? Si no hay un motivo bien justificado para ausentarse en
la Eucaristía, es “pecado”, ya que “pecado” es no escuchar a Dios, es preferir otra
cosa, es indiferencia, es soberbia (no tener necesidad de Él). También es
pecado hacia la Iglesia, la familia cristiana con la que estoy llamado a crecer
y compartir, porque implica que no me interesan -aún con diferencias o sin ellas-
mis hermanos. En todos los casos, si hay una ley, la estoy desoyendo…
Cabe preguntarnos: si estoy en
pecado ¿puedo comulgar sin más?
Como ya dijimos
en otro boletín, la ley y los preceptos no son para esclavizarnos, sino para
ayudarnos a cuidarnos, a contenernos, para que no nos desviemos… ¡los preceptos
son estamentos positivos!
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