Muchas veces nos encontramos
con que hay cristianos que piensan que lo importante de la Misa es la Comunión.
Ciertamente es muy significativa, pero en la celebración todo es importante.
Además, cada paso de la Misa lleva al siguiente, por lo que es errado pensar
que resulta suficiente comprometerse sólo con la última parte.
La Comunión es también un
“signo”, real y verdadero, pero… ¿qué implica este signo? La Eucaristía revela
que estamos arrepentidos de nuestros pecados, los cuales descubrimos al
confrontarnos con lo que Jesús nos propone. Por eso es fundamental estar
presentes desde el comienzo de la Misa, en ese acto de arrepentimiento y perdón
que nos conduce al segundo paso: “escuchar” la Palabra de Dios (Lecturas) con
un corazón libre, abierto y bien dispuesto. A su vez, la homilía ayuda a
actualizar y a aclarar la Palabra de Dios para que nos confrontemos con ella y
la asimilemos, para que “se haga carne”. Seguidamente, a partir de esa
confrontación y queriendo que Jesús nos convierta, le presentamos a Dios
nuestras vidas (así como somos), expresadas en el Pan y el Vino. ¡Somos
nosotros que nos ofrecemos junto con Jesús! En la Plegaria Eucarística hacemos
memoria de lo que hizo y hace Jesús por nosotros; Él quiere transformarnos,
identificarnos con Él. Por eso pedimos que podamos crecer juntos en el Pueblo
de Dios con la ayuda de los Santos, nuestros hermanos difuntos, la virgen
María, San José, etc. Esta parte central concluye con esta hermosa Plegaria:
“Por Cristo, Con Cristo y en Cristo, a ti Dios Padre omnipotente todo honor y
Gloria por lo siglos de los siglos. Amén”
Y ahora sí, como conclusión
de lo anterior y como signo de nuestro compromiso ya comenzado, nos
introducimos en el gesto de la Comunión con el Padre Nuestro (resumen
evangélico) y con las dos oraciones: “Líbranos Padre….” y “Señor Jesús que
dijiste a tus amigos…” (en las que siempre usamos el plural pues son oraciones
de una familia).
La Comunión es el don de Dios
y el compromiso de los que van a comulgar, siempre y cuando lo quieran asumir
para configurarse con Jesús, para vivir la unión con el Padre y con los
hermanos. Para esto se debe cumplir con las condiciones objetivas que nos
habilitan a hacerlo (por ejemplo: participar asiduamente a la misa, no estar
excluidos porque una situación que no es la normal); y para tener ideas claras
al respecto es oportuno consultar a quien corresponde: el presbítero (cuidado
con los consejos de amigos… pues la comunión es algo serio y no depende de lo
que siento en el momento.)
IMPORTANTE: Si mi condición
no me permite hacer la comunión es fundamental hablar con el sacerdote. También
es conveniente saber que, si tengo buena voluntad, la participación de la Misa
es fructífera aunque no haga la comunión, pues Jesús actúa igualmente en esos
casos especiales, que es lo primordial. Como es un tema delicado y la situación
de cada persona es única, lo mejor es hablar con quien corresponda para que nos
los ayude y guíe aclarando las cosas.
Recordemos un dicho del Santo
Juan Pablo II: “la ignorancia es el gran enemigo de la fe cristiana”
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