El 13 de diciembre nuestro Obispo abrió la Puerta Santa en la Parroquia Sagrado
Corazón de Lanús. La tenemos cerca. Para que comprendamos su significado
transcribimos la Catequesis
del Papa al respecto. Es un “signo” que nos puede ayudar a esta “renovación” a
partir de la Misericordia
que Dios nos prodiga.
“La puerta
es generosamente abierta, pero nosotros debemos valerosamente cruzar el
umbral", reflexionó. Además indicó que "la puerta no debe ser
forzada, al contrario, se pide permiso, porque la hospitalidad resplandece en
la libertad de la acogida".
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Con esta reflexión hemos llegado
a umbral del Jubileo. Delante de nosotros se encuentra la gran puerta de la Misericordia de Dios,
que acoge nuestro arrepentimiento ofreciendo la gracia de su perdón. La puerta
es generosamente abierta, pero nosotros debemos valerosamente cruzar el umbral.
Del Sínodo de los Obispos, que
hemos celebrado el pasado mes de octubre, todas las familias, y la Iglesia
entera, han recibido un gran aliento para encontrarse bajo el umbral de esta
puerta. La Iglesia
ha sido animada a abrir sus puertas, para salir con el Señor al encuentro de
sus hijos y de sus hijas en camino, a veces inciertos, a veces perdidos, en
estos tiempos difíciles. Las familias cristianas, en particular, han sido
animadas a abrir la puerta al Señor que espera para entrar, trayendo su
bendición y su amistad.
El Señor no fuerza jamás la
puerta: Él también pide permiso para entrar, como dice el Libro del
Apocalipsis: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me
abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (3,20). Y en la última gran visión
de este Libro, así se profetiza de la
Ciudad de Dios: «Sus puertas no se cerrarán durante el día»,
lo que significa para siempre, porque «no existirá la noche en ella» (21,25).
Existen lugares en el mundo en los cuales no se cierran las puertas con llave.
Pero existen tantos otros donde las puertas blindadas se han convertido en
normales. Esto no nos sorprende; pero, pensándolo bien, ¡es un signo negativo!
No debemos rendirnos a la idea de tener que aplicar este sistema en toda nuestra vida,
en la vida de la familia, de la ciudad, de la sociedad. Y mucho menos en
la vida de la Iglesia.
¡Sería terrible! Una Iglesia inhóspita, así como una familia cerrada en sí
misma, mortifica el Evangelio y marchita el mundo.
La gestión simbólica de las
“puertas” – de los umbrales, de los caminos, de las fronteras – se ha hecho
crucial. La puerta debe proteger, cierto, pero no rechazar. La puerta no debe
ser forzada, al contrario, se pide permiso, porque la hospitalidad resplandece
en la libertad de la acogida, y se oscurece en la prepotencia de la invasión.
La puerta se abre frecuentemente, para ver si afuera hay alguno que espera, y
tal vez no tiene la valentía, o ni siquiera la fuerza de tocar. La puerta dice
muchas cosas de la casa, y también de la Iglesia. La gestión de la puerta necesita un
atento discernimiento y, al mismo tiempo, debe inspirar gran confianza.
Quisiera expresar una palabra de agradecimiento para todos los vigilantes de
las puertas: de nuestros condominios, de las instituciones cívicas, de las
mismas iglesias. Muchas veces la sagacidad y la gentileza de la recepción son
capaces de ofrecer una imagen de humanidad y de acogida de la entera casa, ya
desde el ingreso. ¡Hay que aprender de estos hombres y mujeres, que son los
guardines de los lugares de encuentro y de acogida de ciudad del hombre!
En verdad, sabemos bien que
nosotros mismos somos los custodios y los siervos de la Puerta de Dios, que es
Jesús. Él nos ilumina en todas las puertas de la vida, incluso aquella de
nuestro nacimiento y de nuestra muerte. Él mismo ha afirmado: «Yo soy la
puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su
alimento» (Jn 10,9). Jesús es la puerta que nos hace entrar y salir. ¡Porque el
rebaño de Dios es un amparo, no una prisión! Son los ladrones, aquellos que
tratan de evitar la puerta, porque tienen malas intenciones, y se meten en el
rebaño para engañar a las ovejas y aprovecharse de ellas. Nosotros debemos
pasar por la puerta y escuchar la voz de Jesús: si sentimos su tono de voz,
estamos seguros, somos salvados. Podemos entrar sin temor y salir sin peligro.
En este hermoso discurso de Jesús, se habla también del guardián, que tiene la
tarea de abrir al buen Pastor (Cfr. Jn 10,2). Si el guardián escucha la voz del
Pastor, entonces abre, y hace entrar a todas las ovejas que el Pastor trae,
todas, incluso aquellas perdidas en el bosque, que el buen Pastor ha ido a
buscarlas. Las ovejas no las elige el guardián, sino el buen Pastor. El
guardián – también él – obedece a la voz del Pastor. Entonces, podemos bien
decir que nosotros debemos ser como este guardián. La Iglesia es la portera de
la casa del Señor, no la dueña.
La Sagrada Familia de
Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien
espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro. Las
familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y
de la acogida de Dios. Es así que la
Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra:
como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te
cierra la puerta, con la excusa que no eres de casa.
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