- “Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de
tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se
sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo
quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más
fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida
contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los
corazones el fuego del Espíritu” (n. 261).
- “La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es
un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo
arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en
esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo
como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar,
sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el
político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los
demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por
otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o
defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser pueblo” (n. 273).
- “Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo
(Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en
Pentecostés. Ella es la Madre
de la Iglesia
evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva
evangelización. (…) Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada
vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y
del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de
los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para
sentirse importantes” (nn. 284 y 288).
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