Queridas
familias:
Si miramos el calendario de este mes,
notaremos que hay recordatorios especiales: día del Párroco, de los Diáconos,
de los Catequistas, del Seminario diocesano. Sería bueno entonces que, por
medio de estos acontecimientos, centremos la atención sobre lo que significa
“ser cristiano” puesto que la esencia del auténtico creyente está en el
“servicio”, en el salirse de uno mismo para abrir el corazón a las necesidades
de nuestros hermanos, sea cual fueren estas prioridades. En esto no hay debate
posible: el servicio cristiano es una certeza que no se discute.
Pero, ¿dónde nace este criterio? Pues bien,
¡en el Evangelio como nueva y buena noticia de parte de Dios por medio de
Jesús!
En su evangelio, San Juan nos relata la
“última cena”, momento central de la vida de Jesús antes de dejar este mundo
para indicarnos como allí, en esa Liturgia Pascual actualizada, Cristo hace
entrega de su vida: “tomen y coman” de su cuerpo. En la descripción de este
acontecimiento Juan centra la atención en que el comer y beber el Cuerpo y la Sangre de Cristo lleva a
identificarse con Él. De esta manera, nos muestra como Jesús lo “enseña”,
levantándose de la mesa, colocándose una toalla en la cintura y lavando los
pies a sus amigos. Si leemos el relato veremos muchas indicaciones, pero lo
esencial es que nos enseña definitivamente que no se puede ser cristiano sin
ser servidor del prójimo. Servimos a Dios cuando servimos a los hermanos. Y no
solamente en los momentos importantes, sino en la cotidianidad, al ejercerlo
cada uno según su vocación específica.
Este mes recordamos el “servicio” en la
comunidad, pero no es un gesto exclusivo de ella: la comunidad se construye
solamente si hay servicio en todos los casos y si cada uno lo sabe asumir. Muchas
veces usamos la excusa del “¡no tengo tiempo!”, pero, ¿usamos bien el tiempo?,
¿qué cantidad y calidad de tiempo le damos a las cosas de Dios? Miremos
adelante y veremos que mientras de este mundo no nos llevamos casi nada, el
Juicio de Dios tiene presente el “servicio” aquí en la tierra (leer Mateo 25).
Si creemos que puede existir una primavera de la Iglesia , ésta se dará por
el servicio, que es la actitud del buen cristiano; como decía un sabio: “El que
no vive para servir, no sirve para vivir”.
Pidamos a María que, Servidora del Señor como
ella fue, lo podamos también ser nosotros, asumiendo nuestras
responsabilidades.
Y que la bendición de Dios nos acompañe.
Con la bendición de Dios
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