martes, 30 de junio de 2015

VIVAMOS EN SINTONÍA CON TODA LA IGLESIA



Queridas familias:
Ya comenzamos la segunda mitad del año: el tiempo pasa rápidamente, los acontecimientos muchas veces nos superan y corremos el riesgo de dejarnos llevar por ellos, sin poder decidir nosotros las prioridades.
Sin embargo, como Iglesia, estamos llamados a poner nuestra atención en los grandes acontecimientos, como por ejemplo, en el mes de octubre, el Sínodo de los Obispos, nuestros guías. Se trata de un evento muy importante ya que fue precedido por un pre-sínodo el año pasado e implica el tratamiento de un tema central para la vida humana desde la óptica de la fe, es decir, “desde el Proyecto de Dios”: “la Familia”. En relación con el tema “Familia” y frente a las nuevas realidades, ya desde hace tiempo se está rezando y analizando la forma en que ese proyecto de Dios se articula en nuestra realidad. No se trata de acomodar las cosas según los caprichos de los hombres, sino de ver, juzgar y actuar en función de lo que hoy quiere Dios.
Después del Sínodo, el Papa Francisco nos propondrá las conclusiones y la palabra iluminadora para que nosotros podamos vivir la enseñanza del evangelio en esta vocación tan especial como es la matrimonial y familiar.
A nosotros nos toca, entonces, rezar para que Jesús ilumine a los que están llamados a ofrecer respuestas y propuestas. Rezar, para que abramos nuestro corazón aceptando las conclusiones con un profundo y sincero sentido de fe. Rezar, para que nuestras familias puedan llegar a ser esas células que animan fortalecen y construyen el verdadero tejido social de nuestra sociedad.
Por esto mismo, es necesario no permitir que los integrantes del Sínodo que se sientan solos, sino que debemos acompañados también por nosotros: esto es la “comunión de los santos”.
Lo que está en juego es el bien y el futuro de la humanidad y creo, estoy convencido, de que los hombres de buena voluntad no podemos estar ajenos a esto, no podemos encerrarnos sólo en nuestros propios problemas. El “microclima” siempre hace ver solo una parte de las cosas y la mayoría de las veces sólo las que nos convienen: abrir el horizonte nos hará bien y expresará “la magnanimidad” de la que nos habla S. Pablo.


Con la bendición de Dios

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