En el credo
decimos “creo en el perdón de los pecados”. Pues bien, ya hemos dicho algo
sobre el significado de “pecado” en la Biblia en el Boletín pasado. Sin embargo,
conviene profundizar brevemente en esta afirmación de la fe. Escuchamos en la
fórmula de la
Consagración , durante la celebración Eucarística: “Tomen y
beban, esta es la copa de mi sangre, sangre de la Nueva y Eterna Alianza que
será derramada por ustedes y por todos, para
el perdón de los pecados”. Más adelante decimos: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad
de nosotros”, y antes de la
Comunión tenemos: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, felices los
invitados a este banquete”.
Si la Eucaristía es un
compendio de la fe, podemos afirmar que desde los tiempos apostólicos, esta fe
en el perdón de los pecados por parte de Jesús, es una de nuestras verdades, y,
en consecuencia, resulta el objetivo de la presencia del Hijo de Dios. “Pecado”
es romper la relación con Dios, con los demás, consigo mismo (perder la unidad
interior), con todo lo creado. Nosotros creemos que Jesús, con su entrega
expresada en la cruz, ya perdonó los
pecados de los hombres. Reparó lo que nosotros no podríamos reparar. Tomar
conciencia de esta verdad y aceptarla nos permite “confesar” el Amor de Dios y,
por lo tanto, experimentar algo superior: la misericordia y el perdón
permanente.
Es sólo con
la experiencia del Amor de Dios que podremos relacionarnos con El como hijos y
de allí, consecuentemente, relacionarnos con los demás como hermanos, en
armonía dentro de nosotros y con una mirada benévola hacia todo lo que nos
rodea.
Creer es
“confesar”, proclamar no tanto con palabras sino con la vida y las actitudes
que el amor de Dios, por Jesús, me tocó profundamente.
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