lunes, 8 de julio de 2013

El Rincón de la Catequesis

En el credo decimos “creo en el perdón de los pecados”. Pues bien, ya hemos dicho algo sobre el significado de “pecado” en la Biblia en el Boletín pasado. Sin embargo, conviene profundizar brevemente en esta afirmación de la fe. Escuchamos en la fórmula de la Consagración, durante la celebración Eucarística: “Tomen y beban, esta es la copa de mi sangre, sangre de la Nueva y Eterna Alianza que será derramada por ustedes y por todos, para el perdón de los pecados”. Más adelante decimos: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”, y antes de la Comunión tenemos: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, felices los invitados a este banquete”.

Si la Eucaristía es un compendio de la fe, podemos afirmar que desde los tiempos apostólicos, esta fe en el perdón de los pecados por parte de Jesús, es una de nuestras verdades, y, en consecuencia, resulta el objetivo de la presencia del Hijo de Dios. “Pecado” es romper la relación con Dios, con los demás, consigo mismo (perder la unidad interior), con todo lo creado. Nosotros creemos que Jesús, con su entrega expresada en la cruz, ya perdonó los pecados de los hombres. Reparó lo que nosotros no podríamos reparar. Tomar conciencia de esta verdad y aceptarla nos permite “confesar” el Amor de Dios y, por lo tanto, experimentar algo superior: la misericordia y el perdón permanente. 

Es sólo con la experiencia del Amor de Dios que podremos relacionarnos con El como hijos y de allí, consecuentemente, relacionarnos con los demás como hermanos, en armonía dentro de nosotros y con una mirada benévola hacia todo lo que nos rodea.
Creer es “confesar”, proclamar no tanto con palabras sino con la vida y las actitudes que el amor de Dios, por Jesús, me tocó profundamente.

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