lunes, 8 de julio de 2013

CRISTO, PRESENTE POR MEDIO DE SU ESPÍRITU, NOS ACOMPAÑA EN LA COTIDIANIDAD DE LA VIDA



Queridas familias:
Ya hemos pasado la mitad del año… Sería bueno hacer un pequeño balance sobre nuestra vida, no para llorar, sino para continuar mirando hacia adelante y por ahí con un poco más de compromiso y seriedad. Todo esto con la serenidad y la confianza que nos merece el saber que somos amados por Jesús, que además es estímulo y ayuda en el caminar cristiano para nosotros. El gran peligro de la monotonía diaria resulta siempre el hacernos olvidar del don de la vida, que tiene un sentido y un objetivo, que la vida es un camino con una meta. Para los que ya tenemos algunos años vemos como cada día pasa más rápidamente.
La vida, como uno de los talentos del evangelio, es un don que hay que hacer fructificar y sobre el que se nos pedirá cuentas. No tendríamos que malgastarla dando peso a cosas sin importancia o demasiado pasajeras, aunque todo merece nuestra atención y nuestras respuestas.
Es significativo lo que el Evangelio de Mateo nos presenta como enseñanza de Jesús antes de su pasión (Mt. 25,31-46): ¿sobre qué seremos juzgados? Es claro que el juicio de Dios se realizará sobre las relaciones entre nosotros. Éste es el centro del evangelio, la meta y el objetivo. Lo que se dañó en el relato del primer pecado de Adán y Eva fue precisamente la relación entre ellos dos y, por ende, con Dios, que los había pensado de otra manera. La presencia de Jesús sobre la tierra  fue para restablecer esta “comunión” o relación entre los seres humanos pues así se restituía la relación con Dios como la de un hijo con su Padre. No existe una buena relación con Dios sin que haya una búsqueda de una relación fraterna con los que nos rodean.

El mismo Jesús, en su testamento, lo expresó con las palabras y con el gesto que terminan por sintetizarse en la Eucaristía: “que todos sean uno como tu Padre y yo somos uno” (Jn.17, 21). Estas son las palabras y el gesto consistió en el lavado de los pies a sus discípulos (Jn. 13, 4).
Es por eso que en cada Eucaristía dominical, como nos enseña S. Pablo (1Cor. 11,28), tenemos que examinarnos, hacer un balance y así volver a centrar nuestra atención en lo esencial e importante.

            Con la Bendición de Dios


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