Aprovechando que también este mes está dedicado a “LA FAMILIA ”, realizamos unas
pequeñas reflexiones al respecto. Sobre todo para aclarar el pensamiento
evangélico:
No solo cada ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios,
sino que también la “familia religiosa” tiene como imagen al mismo Dios; Él es
el punto de referencia. Sin entrar en complicadas explicaciones sino
simplemente aceptando lo que se nos ha revelado, entendemos que Dios es
familia: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Lo que mantiene unidas las tres
Personas es el Amor y cada una tiene su propia misión, cosa que muchas veces
hemos oído. El Amor que los mantiene unidos es el amor “ágape”; ese mismo amor
que se nos dio a nosotros por medio de Jesús. Cuando existe este tipo de amor
divino la familia se consolida, se fortalece, humaniza, diviniza. Cuando por el
contrario, en la falta este tipo de amor no hay ninguna seguridad, la familia
está “agarrada con alfileres”. Con el amor “ágape” está la seguridad de que
Jesús está en medio de la familia para sostenerla, ayudarla, perdonarla,
acompañarla en su misión. Con el otro amor se lo excluye a Jesús.
La familia, célula de la sociedad, se construye sobre
el matrimonio y en esto tiene que
quedar bien claro que es entre un hombre y una mujer. Para nuestra revelación
no “existe el matrimonio igualitario” (a este tipo de realidad tendríamos que
ponerle otro nombre y no igualar todo).
El matrimonio, fundamento de una familia cristiana, es
aquel que se convierte en “Sacramento” no por una bendición sino por el
compromiso de parte de Dios y de los contrayentes de vivir un proyecto, el
querido por Dios al “inventarlo”. Por eso mismo, para la Iglesia no existe otro
matrimonio que el fundamentado por el sacramento pues dos personas (hombre y
mujer) se sumergen en el proyecto de Dios que quiere seguir estando presente en
medio de nosotros amando y construyendo una nueva humanidad.
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