Queridas familias:
En
este mes comienza el Sínodo de los obispos para tratar el tema de la fe y la
evangelización. Además, al
cumplirse el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre comienza “el año de la fe”, que tendrá su culminación el 24 de Noviembre de
2013, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. El objetivo del acontecimiento es poder adquirir una «exacta conciencia de la propia fe, para
reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla». El mes de octubre está dedicado, como todos los años,
a las “Misiones”.
Todos estos sucesos
nos deben ayudar, a nivel individual y comunitario, a tomar conciencia sobre uno
de los aspectos fundamentales de la vida cristiana: ser evangelizadores. Lo que recibimos, lo que tratamos de vivir, es
lo tenemos que transmitir con la palabra y con el ejemplo.
Por lo general, hemos convertido la vida cristiana en una
realidad individualista; es decir en una problemática personal en la que los demás
no tienen nada que ver, en la que no tenemos nada que decir; diríamos que es un
problema de cada uno. ¿Pero es así realmente? Dice Jesús a sus discípulos,
antes de subir al cielo: “como el Padre me envió, yo los envío a ustedes”. Por
tanto, además de ser receptores de la buena noticia, tenemos que ser anunciadores: estas dos características
son las que identifican al creyente. Más allá de haber recibido una vocación, la de ser cristianos, también
hemos recibido una misión, la de
anunciar. Si tenemos una mirada de fe frente a la humanidad que está en una
permanente búsqueda de paz, de felicidad, no podemos escapar a este mandato.
Pero hay algo más, dice Jesús: “de cómo ustedes me
amen, reconocerán que son mis discípulos”. Estas palabras están dirigidas a la
comunidad, porque ella, en su manera de relacionarse con sus miembros, es
evangelizadora. Recordemos aquello de que “El
testimonio personal lleva la firma del que lo realiza; el testimonio de una
comunidad lleva la firma de Cristo”
Aprovechemos este mes,
por un lado, para rezar (sin desfallecer) a fin de que Jesús ablande el corazón
endurecido de muchos y, por otro, para
hacer pequeños gestos de misión a nuestro alrededor.
Con la Bendición del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo.