Comenzamos el “Tiempo de Cuaresma” y el buen Dios nos
ofrece otra oportunidad para nuestro crecimiento en la vida cristiana. Este periodo
de preparación constituye asimismo la ayuda divina que nos permite vivir su
proyecto enriquecidos por la Pascua, que es, precisamente, el objetivo final de
la Cuaresma. Son cuarenta días de preparación interior: ¿estamos entonces dispuestos a vivirlos con intensidad?
Es importante que reconozcamos que la preparación no pasa por cumplir
actividades extraordinarias, sino más bien por desempeñar acciones ordinarias
realizadas con fidelidad, compromiso, constancia, apertura… Pero, ¿sobre qué
cosas?: pues bien, sobre la Palabra de
Dios, animándonos a darle un lugar privilegiado en la vida diaria,
adentrándonos en ella; y sobre la Misa
dominical, siendo fieles a ella, sabiendo que no es solamente un
relacionarnos con Jesús, sino también, como venimos diciendo, con los demás
creyentes que participan.
Por otra parte, en el marco de la preparación
cuaresmal, todos los viernes reflexionaremos sobre “nuestro Bautismo” (ver más
detalles en este boletín en el artículo “Cuaresma: renovamos nuestro bautismo”) y nos
enriqueceremos con la participación activa en las fiestas de este mes: el día 16, con la del Cura Brochero, recientemente reconocido como el Santo local que nos
enseña a ser evangelizadores; el lunes 20, con la de San José (Protector de la Iglesia), a quien le pediremos nos
proteja frente a la mundanidad; y, finalmente, el día 25, con la Fiesta de la Anunciación a María y la Encarnación del
Hijo de Dios, en la que reviviremos el Amor de Dios que nos envía a su Hijo
y la actitud humana de María (que consiste en la aceptación de la Virgen ante
la propuesta divina aún contras las costumbres y la mentalidad del aquel
momento, entrega mariana que es un ejemplo a seguir también en nuestro tiempo).
La acción cuaresmal se efectiviza además al vivir (al
hacer experiencia concreta) las obras de Misericordia, de esta manera, el Año
que pasamos no quedará en el olvido, sino, por el contrario, se convertirá en
el motor que nos impulse a abrirnos a los demás (para esto revisar en detalle,
en este boletín, las catorce obras de misericordia en el artículo “Las obras de
misericordia”).
Por último, la Cuaresma tendrá su momento culminante
con la Celebración Penitencial antes
de la Pascua para dejarnos inundar por la misericordia del Padre y así renovar
el arrepentimiento y el “propósito” de vivir cada vez con mayor seriedad -el
proceso no se termina nunca- los dones recibidos de la fe, la esperanza y el
Amor compartidos.
En fin, como decía y vivía Santa Teresita,
experimentar auténticamente la Cuaresma implica “vivir lo ordinario de una
manera extraordinaria”. Está en cada
uno de nosotros aceptar la propuesta de Dios y vivirla con la seguridad que Él
realizará en nosotros lo que se propone: ofrecernos nuevamente la Salvación y
sus consecuencias a través de la muerte y resurrección de su Hijo.
¡Qué la “oración” sea la levadura con la que amasamos
este tiempo de Cuaresma!
Que Dios nos bendiga y nos acompañe
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