Ciudad del Vaticano (AICA): La Oficina de prensa de la Santa Sede ofreció, esta mañana, una visión
general de las 191 páginas de la encíclica Laudato si´ y de sus puntos claves,
así como un resumen de los seis capítulos (Lo que está pasando a nuestra casa”;
El Evangelio de la creación; La raíz humana de la crisis ecológica; Una
ecología integral; Algunas líneas orientativas y de acción; Educación y
espiritualidad ecológica que la componen) y de sus apartados. La encíclica
termina con una oración interreligiosa por nuestra tierra y una Oración
cristiana con la creación.
La Oficina de prensa
de la Santa Sede ofreció, esta mañana, una visión general de las 191 páginas de
la encíclica Laudato si' y de sus puntos claves, así como un resumen de los
seis capítulos (Lo que está pasando a nuestra casa”; El Evangelio de la
creación; La raíz humana de la crisis ecológica; Una ecología integral; Algunas
líneas orientativas y de acción; Educación y espiritualidad ecológica que la
componen) y de sus apartados. La encíclica termina con una oración
interreligiosa por nuestra tierra y una Oración cristiana con la creación.
Líneas generales de la
encíclica Laudato si’
“¿Qué tipo de mundo
queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?”. Esta
pregunta está en el centro de Laudato si’, la esperada
encíclica del papa Francisco sobre el cuidado de la casa común. Y continúa:
“Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede
plantear la cuestión de modo fragmentario”, y nos conduce a interrogarnos sobre
el sentido de la existencia y el valor de la vida social: “¿Para qué pasamos
por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos?
¿para qué nos necesita esta tierra?”: “Si no nos planteamos estas preguntas de
fondo -dice el Pontífice- no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan
obtener resultados importantes”.
La encíclica toma su
nombre de la invocación de san Francisco, Laudato si’,
mi’ Signore, que en el Cántico de las creaturas recuerda que la tierra, nuestra casa
común, “es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y
como una madre bella que nos recibe entre sus brazos”. Nosotros mismos “somos
tierra. Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire
nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
Pero ahora esta tierra maltratada y saqueada clama y sus gemidos se unen a los
de todos los abandonados del mundo. El papa Francisco nos invita a escucharlos,
llamando a todos y cada uno -individuos, familias, colectivos locales,
nacionales y comunidad internacional- a una “conversión ecológica”, según
expresión de san Juan Pablo II, es decir, a “cambiar de ruta”, asumiendo la urgencia
y la hermosura del desafío que se nos presenta ante el “cuidado de la casa
común”.
Al mismo tiempo, el
papa Francisco reconoce que “se advierte una creciente sensibilidad con
respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa
preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta”, permitiendo una
mirada de esperanza que atraviesa toda la encíclica y envía a todos un mensaje
claro y esperanzado: “La humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para
construir nuestra casa común”; “el ser humano es todavía capaz de intervenir
positivamente”; “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de
degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien
y regenerarse “.
El papa Francisco se dirige,
claro está, a los fieles católicos, retomando las palabras de san Juan Pablo
II: “Los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la
creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de
su fe”, pero se propone “especialmente entrar en diálogo con todos sobre
nuestra casa común”: el diálogo aparece en todo el texto, y en el capítulo 5 se
vuelve instrumento para afrontar y resolver los problemas. Desde el principio
el papa Francisco recuerda que también “otras Iglesias y Comunidades cristianas
-como también otras religiones- han desarrollado una profunda preocupación y
una valiosa reflexión” sobre el tema de la ecología. Más aún, asume
explícitamente su contribución a partir de la del “querido patriarca ecuménico
Bartolomé”, ampliamente citado en los nn. 8-9.
En varios momentos,
además, el Pontífice agradece a los protagonistas de este esfuerzo -tanto
individuos como asociaciones o instituciones-, reconociendo que “la reflexión
de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales ha
enriquecido el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones” e invita a
todos a reconocer “la riqueza que las religiones pueden ofrecer para una
ecología integral y para el desarrollo pleno del género humano”.
El recorrido de la
encíclica está trazado en el n. 15 y se desarrolla en seis capítulos. A partir
de la escucha de la situación a partir de los mejores conocimientos científicos
disponibles hoy, recurre a la luz de la Biblia y la tradición judeo-cristiana,
detectando las raíces del problema en la tecnocracia y el excesivo repliegue
autorreferencial del ser humano. La propuesta de la encíclica es la de una
“ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y
sociales”, inseparablemente vinculadas con la situación ambiental.
En esta perspectiva,
el papa Francisco propone emprender un diálogo honesto a todos los niveles de
la vida social, que facilite procesos de decisión transparentes. Y recuerda que
ningún proyecto puede ser eficaz si no está animado por una conciencia formada
y responsable, sugiriendo principios para crecer en esta dirección a nivel
educativo, espiritual, eclesial, político y teológico. El texto termina con dos
oraciones, una que se ofrece para ser compartida con todos los que creen en “un
Dios creador omnipotente”, y la otra propuesta a quienes profesan la fe en
Jesucristo, rimada con el estribillo Laudato si’, que abre y cierra la
encíclica.
El texto está
atravesado por algunos ejes temáticos, vistos desde variadas perspectivas, que
le dan una fuerte coherencia interna: “la íntima relación entre los pobres y la
fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado,
la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la
tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el
progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología,
la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la
política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un
nuevo estilo de vida.”
.Capítulo 1: “Lo
que está pasando a nuestra casa”
Calentamiento global y contaminación; Contaminación, basura y cultura del
descarte; El clima como bien común; La cuestión del agua; Pérdida de biodiversidad;
Deterioro de la calidad de la vida humana y decadencia social; Inequidad
planetaria; La debilidad de las reacciones. Diversidad de opiniones.
El capítulo asume los
descubrimientos científicos más recientes en materia ambiental como manera de
escuchar el clamor de la creación, para “convertir en sufrimiento personal lo
que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno
puede aportar”. Se acometen así “varios aspectos de la actual crisis
ecológica".
El cambio climático: “El calentamiento es un problema global con graves dimensiones ambientales,
sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los
principales desafíos actuales para la humanidad”. Si “el clima es un bien
común, de todos y para todos”, el impacto más grave de su alteración recae en
los más pobres, pero muchos de los que “tienen más recursos y poder económico o
político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en
ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del
calentamiento”: “La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos
es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros
semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil”.
La cuestión del agua: El Papa afirma sin
ambages que “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico,
fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y
por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos.”
Privar a los pobres del acceso al agua significa negarles “el derecho a la
vida, enraizado en su inalienable dignidad”.
La pérdida de la
biodiversidad: “Cada año desaparecen
miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros
hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre”. No son sólo eventuales
“recursos” explotables, sino que tienen un valor en sí mismas. En esta
perspectiva “son loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y
técnicos que tratan de aportar soluciones a los problemas creados por el ser
humano”, pero esa intervención humana, cuando se pone al servicio de las
finanzas y el consumismo, “hace que la tierra en que vivimos se vuelva menos
rica y bella, cada vez más limitada y gris”.
.La deuda
ecológica: en el marco de una
ética de las relaciones internacionales, la encíclica indica que existe “una
auténtica deuda ecológica”, sobre todo del Norte en relación con el Sur del
mundo. Frente al cambio climático hay “distintas responsabilidades”, y son
mayores las de los países desarrollados.
Conociendo las
profundas divergencias que existen respecto a estas problemáticas, el papa
Francisco se muestra profundamente impresionado por la “debilidad de las
reacciones” frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no
faltan ejemplos positivos, señala “un cierto adormecimiento y una alegre
irresponsabilidad”. Faltan una cultura adecuada y la disposición a cambiar de
estilo de vida, producción y consumo, a la vez que urge “crear un sistema
normativo que asegure la protección de los ecosistemas”.
Capítulo 2: El Evangelio de la Creación
La luz que ofrece la fe; La sabiduría de los relatos bíblicos; El misterio
del universo; El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado;Una
comunión universal; El destino común de los bienes; La mirada de Jesús
.Para afrontar la problemática ilustrada en el capítulo anterior, el papa
Francisco relee los relatos de la Biblia, ofrece una visión general que
proviene de la tradición judeo-cristiana y articula la “tremenda responsabilidad”
del ser humano respecto a la creación, el lazo íntimo que existe entre todas
las creaturas, y el hecho de que “el ambiente es un bien colectivo, patrimonio
de toda la humanidad y responsabilidad de todos”.
En la Biblia, “el Dios
que libera y salva es el mismo que ha creado el universo”, y “en él se conjugan
amor y poder”. El relato de la creación es central para reflexionar sobre la
relación entre el ser humano y las demás creaturas, y sobre cómo el pecado
rompe el equilibrio de toda la creación en su conjunto. “Estas narraciones
sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales
estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra.
Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente,
sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado”.
Por ello, aunque “si es verdad que algunas veces los cristianos hemos
interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza
que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la
tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas”. Al ser
humano le corresponde “cultivar y custodiar” el jardín del mundo “, sabiendo
que “el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas
avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que
es Dios”.
Que el ser humano no
sea patrón del universo “no significa equiparar a todos los seres vivos y
quitarle aquel valor peculiar que lo caracteriza; y “tampoco supone una
divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a
proteger su fragilidad”. En esta perspectiva “todo ensañamiento con cualquier
criatura “es contrario a la dignidad humana”, pero “no puede ser real un
sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo
tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres
humanos”.
Es necesaria la
conciencia de una comunión universal: “creados por el mismo Padre, todos los
seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una
especie de familia universal, que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y
humilde.”
Concluye el capítulo con el corazón de la revelación cristiana: el “Jesús
terreno” con su “relación tan concreta y amable con las cosas” está “resucitado
y glorioso, presente en toda la creación con su señorío universal”.
Capítulo 3: La raíz
humana de la crisis ecológica
La tecnología: creatividad y poder; La globalización del paradigma
tecnológico; Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno; El
relativismo práctico; La necesidad de preservar el trabajo; La innovación
biológica a partir de la investigación
Este capítulo presenta un análisis de la situación actual “para comprender no
sólo los síntomas sino también las causas más profundas”, en un diálogo con la
filosofía y las ciencias humanas.
Un primer fundamento
del capítulo son las reflexiones sobre la tecnología: se le reconoce con
gratitud su contribución al mejoramiento de las condiciones de vida, aunque
también “dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico
para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y
del mundo entero”.
“Son justamente las lógicas de dominio tecnocrático las que llevan a destruir
la naturaleza y a explotar a las personas y las poblaciones más débiles. “El
paradigma tecnológico también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y
la política”, impidiendo reconocer que “el mercado por sí mismo no garantiza el
desarrollo humano integral y la inclusión social”.
En la raíz de todo ello puede diagnosticarse en la época moderna un exceso de
antropocentrismo: el ser humano ya no reconoce su posición justa respecto al
mundo, y asume una postura autorreferencial, centrada exclusivamente en sí
mismo y su poder. De ello deriva una lógica “use y tire” que justifica todo
tipo de descarte, sea éste humano o ambiental, que trata al otro y a la
naturaleza como un simple objeto y conduce a una infinidad de formas de
dominio.
Es la lógica que
conduce a la explotación infantil, el abandono de los ancianos, a reducir a
otros a la esclavitud, a sobrevalorar las capacidades del mercado para
autorregularse, a practicar la trata de seres humanos, el comercio de pieles de
animales en vías de extinción, y de “diamantes ensangrentados”. Es la misma
lógica de muchas mafias, de los traficantes de órganos, del narcotráfico y del
descarte de los niños que no se adaptan a los proyectos de los padres.
A esta luz, la
encíclica afronta dos problemas cruciales para el mundo de hoy. Primero que
nada el trabajo: “En cualquier planteamiento sobre una ecología integral, que
no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo”,
pues “dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato
es muy mal negocio para la sociedad.”
La segunda se refiere a los límites del progreso científico, con clara
referencia a los OGM, que son “una cuestión ambiental de carácter complejo”. Si
bien “en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico
que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no deben ser
relativizadas, por ejemplo “una concentración de tierras productivas en manos
de pocos”.
El papa Francisco
piensa en particular en los pequeños productores y en los trabajadores del
campo, en la biodiversidad, en la red de ecosistemas. Es por ello necesaria
“una discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de
considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre”,
a partir de “líneas de investigación libre e interdisciplinaria”.
Capítulo 4: Una
ecología integral
Ecología ambiental, económica y social; La ecología cultural; La ecología
humana y el espacio de la vida cotidiana; El principio del bien común; Una
justicia intergeneracional bien entendida.
El núcleo de la
propuesta de la encíclica es una ecología integral como nuevo paradigma de
justicia, una ecología que “incorpore el lugar peculiar del ser humano en este
mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea”. De hecho no podemos
“entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de
nuestra vida”. Esto vale para todo lo que vivimos en distintos campos: en la
economía y en la política, en las distintas culturas, en especial las más
amenazadas, e incluso en todo momento de nuestra vida cotidiana.
La perspectiva
integral incorpora también una ecología de las instituciones. “Si todo está
relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene
consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: “Cualquier
menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales”.
Con muchos ejemplos
concretos el papa Francisco ilustra su pensamiento: que hay un vínculo entre
los asuntos ambientales y cuestiones sociales humanas, y que ese vínculo no
puede romperse. Así pues, el análisis de los problemas ambientales es
inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales,
urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, porque “no hay dos
crisis separadas, una ambiental y la otra social, sino una única y compleja
crisis socioambiental”.
Esta ecología
ambiental “es inseparable de la noción del bien común”, que debe comprenderse
de manera concreta: en el contexto de hoy en el que “donde hay tantas
inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos
humanos básicos”, esforzarse por el bien común significa hacer opciones
solidarias sobre la base de una “opción preferencial por los más pobres”. Este
es el mejor modo de dejar un mundo sostenible a las próximas generaciones, no
con las palabras, sino por medio de un compromiso de atención hacia los pobres
de hoy como había subrayado Benedicto XVI: “además de la leal solidaridad
intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada
solidaridad intrageneracional”.
La ecología integral
implica también la vida cotidiana, a la cual la encíclica dedica una especial
atención, en particular en el ambiente urbano. El ser humano tiene una enorme
capacidad de adaptación y “es admirable la creatividad y la generosidad de
personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente,
aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad”. Sin
embargo, un desarrollo auténtico presupone un mejoramiento integral en la
calidad de la vida humana: espacios públicos, vivienda, transportes.
También “nuestro cuerpo nos pone en relación directa con el ambiente y con los
demás seres humanos. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria
para acoger y aceptar el mundo entero como don del Padre y casa común; en
cambio una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica
a veces sutil de dominio”.
Capítulo 5: Algunas líneas orientativas y de acción
El diálogo sobre el ambiente en la política internacional; El
diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales; Favorecer debates sinceros
y honestos; Política y economía en diálogo para la plenitud humana; Las
religiones en el diálogo con las ciencias.
Este capítulo afronta la pregunta sobre qué podemos y debemos hacer. Los
análisis no bastan: se requieren propuestas “de diálogo y de acción que
involucren a cada uno de nosotros y a la política internacional” y “que nos
ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos
sumergiendo”.
Para el papa Francisco
es imprescindible que la construcción de caminos concretos no se afronte de
manera ideológica, superficial o reduccionista. Para ello es indispensable el
diálogo, término presente en el título de cada sección de este capítulo: “Hay
discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil
alcanzar consensos. La Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas
ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente,
para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien
común”.
Sobre esta base el papa Francisco no teme formular un juicio severo sobre
las dinámicas internacionales recientes: “las Cumbres mundiales sobre el
ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por
falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales
realmente significativos y eficaces”. Y se pregunta “¿por qué se quiere
mantener hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir
cuando era urgente y necesario hacerlo? Son necesarias, como los Pontífices han
repetido muchas veces a partir de la Pacem in terris, formas e instrumentos
eficaces de gobernanza global: “necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de
gobernanza global para toda la gama de los llamados “bienes comunes globales”,
dado que 'la protección ambiental no puede asegurarse sólo sobre la base del
cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes
que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover
adecuadamente”.
Aun en este capítulo,
el papa Francisco insiste sobre el desarrollo de procesos decisionales honestos
y transparentes, para poder “discernir” las políticas e iniciativas
empresariales que conducen a un “auténtico desarrollo integral”. En particular,
el estudio del impacto ambiental de un nuevo proyecto “requiere procesos
políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción que
esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores suele
llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente”.
La llamada a los que
detentan encargos políticos es particularmente incisiva, para que eviten “la
lógica eficientista e inmediatista” que hoy predomina. Pero “si se atreve a
hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y
dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa
responsabilidad”.
Capítulo 6: Educación y espiritualidad ecológica
Apostar por otro estilo de vida Educación para la alianza entre la
humanidad y el ambiente; La conversión ecológica; Gozo y paz; El amor civil y
político; Los signos sacramentales y el descanso celebrativo; La Trinidad y la
relación entre las criaturas; La Reina de todo lo creado; Más allá del sol
El capítulo final va
al núcleo de la conversión ecológica a la que nos invita la encíclica. La raíz
de la crisis cultural es profunda y no es fácil rediseñar hábitos y
comportamientos. La educación y la formación siguen siendo desafíos básicos:
“todo cambio requiere motivación y un camino educativo”. Deben involucrarse los
ambientes educativos, el primero “la escuela, la familia, los medios de
comunicación, la catequesis”.
El punto de partida es
“apostar por otro estilo de vida”, que abra la posibilidad de “ejercer una sana
presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social”. Es lo
que sucede cuando las opciones de los consumidores logran “modificar el
comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y
los modelos de producción”.
No se puede subestimar la importancia de cursos de educación ambiental capaces
de cambiar los gestos y hábitos cotidianos, desde la reducción en el consumo de
agua a la separación de residuos o el “apagar las luces innecesarias”. “Una
ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde
rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo.” Todo
ello será más sencillo si parte de una mirada contemplativa que viene de la fe.
“Para el creyente, el mundo no se contempla desde afuera sino desde adentro,
reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres.
Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la
conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su
entusiasmo”.
Vuelve la línea propuesta en la Evangelii gaudium: “La sobriedad, que se vive
con libertad y conciencia, es liberadora”, así como “La felicidad requiere
saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles
para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.” De este modo se hace
posible “sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una
responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y
honestos”.
Los santos nos
acompañan en este camino. San Francisco, mencionado muchas veces, es el
“ejemplo por excelencia del cuidado por lo que es débil y de una ecología
integral, vivida con alegría”. Pero la encíclica recuerda también a San Benito,
Santa Teresa de Lisieux y al beato Charles de Foucauld.
Después de la Laudato
si’, el examen de conciencia -instrumento que la Iglesia aconsejó para orientar
la propia vida a la luz de la relación con el Señor- deberá incluir una nueva
dimensión, considerando no sólo cómo se vive la comunión con Dios, con los
otros y con uno mismo, sino también con todas las creaturas y la naturaleza”.+