Queridas
familias:
Dentro de pocos días, el 8 de junio, es Pentecostés,
la Fiesta del
Espíritu Santo. Es el broche de oro con que termina el “Tiempo Pascual” y
retoma el tiempo “ordinario”, el de nuestro caminar, renovados por la “fe
pascual”. Esa fe que se nos dona para “restaurar” la obra de Dios, que es el
hombre, y que el pecado desdibuja. Parte de esta celebración serán también las
Fiestas Patronales de nuestra Capilla, dedicadas al Espíritu Santo.
Con Pentecostés termina el tiempo en el cual
se nos regaló la oportunidad para afianzar nuestra fe y comienza una etapa
nueva, la de hacer que la fe pascual (muerte y resurrección de Jesús) pase de
ser un conjunto de enunciados, conceptos, definiciones para constituir “vida”,
de manera que todos los hombres y mujeres creyentes “sean” hombres y mujeres de
fe (y no que solamente la posean).
El primer fruto del Espíritu es el don de la
“paz” (“la paz esté con ustedes”); el segundo es el de la “comunión” (“estaban
todos reunidos”); el tercero es el poder “ver” lo que no se ve (la presencia de
Jesús en la realidad humana) y el cuarto el de ser “testigos de Jesús” (“como
el Padre me envió yo los envío a ustedes”).
Con Pentecostés nace la “familia de Jesús”: la Iglesia (que, repetimos,
no es la estructura histórica cambiante sino “la comunidad creyente”). Se trata
de una familia “renovada” ya que pasan del temor, del encierro en sí misma, a
la audacia de testimoniar con ardor y alegría: todo un modelo para las
Comunidades de hoy.
Por cierto que todos estos conceptos que
brotan de la Palabra
de Dios chocan con la realidad con la que tenemos que bregar todos los días;
pero este es el desafío que tuvieron los discípulos de Jesús a partir de
Pentecostés y éste es el desafío que tenemos nosotros por delante: para esto
resulta indispensable “ser perseverantes”.
Que El Espíritu Santo nos renueve y nos
fortalezca con su bendición
.