Queridas
familias:
Ya hemos pasado la mitad del año… Sería bueno
hacer un pequeño balance sobre nuestra vida, no para llorar, sino para
continuar mirando hacia adelante y por ahí con un poco más de compromiso y
seriedad. Todo esto con la serenidad y la confianza que nos merece el saber que
somos amados por Jesús, que además es estímulo y ayuda en el caminar cristiano
para nosotros. El gran peligro de la monotonía diaria resulta siempre el
hacernos olvidar del don de la vida, que tiene un sentido y un objetivo, que la
vida es un camino con una meta. Para los que ya tenemos algunos años vemos como
cada día pasa más rápidamente.
La vida, como uno de los talentos del
evangelio, es un don que hay que hacer fructificar y sobre el que se nos pedirá
cuentas. No tendríamos que malgastarla dando peso a cosas sin importancia o
demasiado pasajeras, aunque todo merece nuestra atención y nuestras respuestas.
Es significativo lo que el Evangelio de Mateo
nos presenta como enseñanza de Jesús antes de su pasión (Mt. 25,31-46): ¿sobre
qué seremos juzgados? Es claro que el juicio de Dios se realizará sobre las
relaciones entre nosotros. Éste es el centro del evangelio, la meta y el
objetivo. Lo que se dañó en el relato del primer pecado de Adán y Eva fue
precisamente la relación entre ellos dos y, por ende, con Dios, que los había
pensado de otra manera. La presencia de Jesús sobre la tierra fue para restablecer esta “comunión” o
relación entre los seres humanos pues así se restituía la relación con Dios
como la de un hijo con su Padre. No
existe una buena relación con Dios sin que haya una búsqueda de una relación
fraterna con los que nos rodean.