Queridas
familias:
Estamos
en el Año de la fe y después del tiempo fuerte de Adviento y Navidad nos adentramos
en otro momento intenso: la
Cuaresma. Ella nos recuerda que Dios Padre, para purificar y
formar a su Pueblo, lo llevó al desierto durante cuarenta años y allí se le
manifestó por la acción de Moisés. Nos recuerda también a Jesús que pasó
cuarenta días en el desierto para adentrarse, por medio de la oración, en la
vocación que el Padre le había dado y para fortalecerse en la Misión que lo llevaría a
entregar su vida para la salvación de todos los hombres.
Hoy
también se nos ofrece a nosotros este tiempo con los mismos objetivos: purificarnos, ayudarnos a ser “la familia de Jesús” (su Pueblo) y fortalecernos en nuestra vocación y
misión como discípulos de Jesús. La
Cuaresma nos llevará a la Pascua , a dar nuevamente ese paso para vivir con
mayor coherencia el don de la Fe ,
de la Esperanza
y de la Caridad
(ágape).
Nuestra
fe necesita ser purificada para no caer como los Hebreos en la adoración de
falsos dioses, esto es, el becerro de oro (secularismo, hedonismo,
materialismo, etc.). Necesita ser purificada para que las tentaciones que
sufrió Jesús, y que son prototipo de las que nos llegan a nosotros, no nos
confundan ni nos desvíen del camino elegido.
Necesitamos
ser ayudados y formados para constituir ese nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia. Ella se
expresa concretamente e históricamente en la Comunidad cristiana,
grupo de creyentes que buscan recrear relaciones fraternas con los criterios
del evangelio. En otras palabras: consolidar la “comunión” (¡sin esta dimensión
la comunión sacramental es un gesto vacío!).
Por
último, la Cuaresma
es la oportunidad para fortalecernos con las prácticas propias (oración, ayuno
y limosna) en el llamado (vocación) a ser discípulos de Jesús en serio, y a
vivir como tendría que resultar de este Año de la fe, como misioneros
“comunicando la fe cristiana a los que se relacionan con nosotros”.
Con su bendición.
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