La
Eucaristía es “La Palabra que se hace
Carne”. Es un misterio, entendiendo por “misterio” la decisión de Dios de hacer
lo imposible para que el hombre sea feliz por la comunión con Él y con los
demás. Este “proyecto de salvación” nos incluye no solo como objeto sino que
también nos incluye como sujetos. ¿Qué es esto? Ciertamente somos objeto del
amor de Dios, que no solo nos ama como un Padre bueno sabe hacerlo, sino que
también nos incluye en ese proyecto uniéndonos a su Hijo Jesús, identificándonos
con Él para que, en esa unidad, continuemos su obra, esto es, que todos los
hombres por medio nuestro, puedan conocer el amor de Dios, puedan dejarse amar
por Él para vivir la
Unidad. La Eucaristía tiene como sujeto “a nosotros” y como
objeto, “a ustedes”. Su fin es cambiar la historia de los hombres. Sin embargo,
así como la vemos hoy ¿será posible? Claro que sí, pero no por nosotros y
nuestras fuerzas y capacidades, sino por medio de Dios y una Alianza Nueva y
Eterna. Esto es suficiente para que nos entusiasmemos, confiemos y hagamos todo
lo posible para que, alimentados con el Pan de Vida, hagamos llegar la “savia
de Dios” a los demás para que sean fruto de ese amor de Dios.
Es importante saber
para qué, domingo a domingo, los cristianos participamos de la Celebración de la Eucaristía. Si lo
hacemos para cumplir, si lo sentimos como
una obligación o si participamos sólo para “llenarnos” de Jesús,
entonces no hemos entendido mucho ni de Jesús ni de sus sacramentos. Si por el
contrario, tenemos conciencia de que unidos a El estamos llamados y
fortalecidos para cambiar la historia, entonces sí esa celebración será
fructífera.
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