El día 17
celebraremos el “DIA DEL ENFERMO”.
Vale la pena dedicarle a este tema algunas líneas para buscar en esta realidad
-que quién más quién menos nos toca a todos- un motivo de esperanza y consuelo.
Por lo general,
frente al sufrimiento y enfermedad, somos esclavos de muchos prejuicios.
Tenemos una visión, sobre todo asistencial
y piadosa, del “pobre enfermo llevado sobre las espaldas del buen Samaritano”.
Pero no es así. El
enfermo puede ser un apóstol fecundo, generador de redención, mensajero de
salvación para los hermanos. De esta manera, al enfermo se lo rehabilita como
“ser humano, como ciudadano, como cristiano”, como el fundador de un centro de
voluntarios del sufrimiento. Al respecto, Mons. Luís Novarese, decía: “…El
enfermo es hijo de Dios, heredero del cielo, levadura de gracia para el mundo,
potencial ‘atómico’ para la causa de la Iglesia. Cada enfermo tiene una misión
en la Iglesia: de receptor pasivo se convierte en sujeto eclesial y operador
activo, distribuidor de gracia, signo transparente y convincente de los valores
eternos, epicentro pastoral de cada Iglesia particular…”.
Sería bueno que comprendiésemos
que el sufrimiento no es algo horrendo y terrible si se orienta hacia un fin
más elevado, si se acepta como instrumento para el bien propio y de los demás.
Que no se piense que con la enfermedad todo está perdido; que no sea una vida
perdida, porque gracias a la fe y la oración, podemos ser testigos del amor
hacia la vida, descubridores de las bellezas que el mundo ofrece, apóstoles de
las bienaventuranzas que nos permitirán, algún día, conquistar un pequeño
ángulo en el cielo.
Ciertamente, esta es
una visión que parte de la fe cristiana, a la que seguramente no estamos muy
acostumbrados. Renovarnos es mirar la realidad desde otro ángulo y debemos
mirar el dolor y la enfermedad desde la posibilidad que Dios nos da también en
esta realidad, que es parte de la vida humana y de la que el mismo Jesús estuvo
pendiente.
La
enfermedad es la consecuencia que nos dejó el pecado original y la debemos
asumir. Dios Padre ni siquiera eximió a su Hijo del sufrimiento; Cristo lo
asumió para poder obtenernos el perdón de los pecados. El nos puede ayudar a
sobrellevar nuestros dolores y enfermedades y, de hecho, lo hace. Sí, Jesús lo
quiere hacer con este sacramento (signo de su presencia eficaz en esta
situación especial) llamado “Unción
de los Enfermos”. En este signo se da esta
posibilidad: Jesús viene en nuestra ayuda para alentarnos, sostenernos,
perdonarnos, salvarnos; nosotros nos unimos El, a sus sufrimientos, para
obtener el perdón y hacer que nuestro sufrimiento unido al de Jesús sirva para
el bien de nuestros hermanos. De aquí las actitudes para “recibir” este
Sacramento: Hay que querer unirse a Cristo sufriente; hay que estar arrepentido
de los propios pecados, pedir para el perdón de nuestros hermanos y esforzarse
por cumplir el proyecto de Dios.
Con
relación a la Unción de los Enfermos, nos dice la Palabra de Dios: “si está
enfermo alguno de ustedes, llamen a los sacerdotes de la Iglesia para que recen
sobre él y lo unjan con óleo; la oración de la fe salvará al enfermo, los pecados que
hubiere cometidos le serán perdonados y
encontrará alivio y salvación”
(Santiago 5, 14-15).
En
la celebración del día 17, este Sacramento lo pueden recibir los enfermos de una cierta gravedad, los enfermos crónicos
y los mayores de 70 años. En esta
Misa, especialmente dedicada a los hermanos enfermos y ancianos, rezaremos por
los presentes y por los que no pueden acercarse ya que todos, por la comunión
de los santos, estaremos unidos.
Luego de la Misa compartiremos un te-merienda por lo que se ruega traer
algo dulce para compartir.
IMPORTANTE: Los Sacramentos no son algo mágico. Como
todas las cosas de Dios exigen también nuestro compromiso y nuestra fidelidad.
Además, recordemos que todo Sacramento es un signo confiado para su administración
a la Iglesia y para ser ayuda en la vida de la Iglesia. No tiene sentido como
hecho aislado.