jueves, 1 de noviembre de 2018

JORNADA DEL ENFERMO




El día 17 celebraremos el “DIA DEL ENFERMO”. Vale la pena dedicarle a este tema algunas líneas para buscar en esta realidad -que quién más quién menos nos toca a todos- un motivo de esperanza y consuelo.
Por lo general, frente al sufrimiento y enfermedad, somos esclavos de muchos prejuicios. Tenemos una visión, sobre todo asistencial y piadosa, del “pobre enfermo llevado sobre las espaldas del buen Samaritano”.
Pero no es así. El enfermo puede ser un apóstol fecundo, generador de redención, mensajero de salvación para los hermanos. De esta manera, al enfermo se lo rehabilita como “ser humano, como ciudadano, como cristiano”, como el fundador de un centro de voluntarios del sufrimiento. Al respecto, Mons. Luís Novarese, decía: “…El enfermo es hijo de Dios, heredero del cielo, levadura de gracia para el mundo, potencial ‘atómico’ para la causa de la Iglesia. Cada enfermo tiene una misión en la Iglesia: de receptor pasivo se convierte en sujeto eclesial y operador activo, distribuidor de gracia, signo transparente y convincente de los valores eternos, epicentro pastoral de cada Iglesia particular…”.
Sería bueno que comprendiésemos que el sufrimiento no es algo horrendo y terrible si se orienta hacia un fin más elevado, si se acepta como instrumento para el bien propio y de los demás. Que no se piense que con la enfermedad todo está perdido; que no sea una vida perdida, porque gracias a la fe y la oración, podemos ser testigos del amor hacia la vida, descubridores de las bellezas que el mundo ofrece, apóstoles de las bienaventuranzas que nos permitirán, algún día, conquistar un pequeño ángulo en el cielo.
Ciertamente, esta es una visión que parte de la fe cristiana, a la que seguramente no estamos muy acostumbrados. Renovarnos es mirar la realidad desde otro ángulo y debemos mirar el dolor y la enfermedad desde la posibilidad que Dios nos da también en esta realidad, que es parte de la vida humana y de la que el mismo Jesús estuvo pendiente.

La enfermedad es la consecuencia que nos dejó el pecado original y la debemos asumir. Dios Padre ni siquiera eximió a su Hijo del sufrimiento; Cristo lo asumió para poder obtenernos el perdón de los pecados. El nos puede ayudar a sobrellevar nuestros dolores y enfermedades y, de hecho, lo hace. Sí, Jesús lo quiere hacer con este sacramento (signo de su presencia eficaz en esta situación especial) llamado “Unción de los Enfermos”. En este signo se da esta posibilidad: Jesús viene en nuestra ayuda para alentarnos, sostenernos, perdonarnos, salvarnos; nosotros nos unimos El, a sus sufrimientos, para obtener el perdón y hacer que nuestro sufrimiento unido al de Jesús sirva para el bien de nuestros hermanos. De aquí las actitudes para “recibir” este Sacramento: Hay que querer unirse a Cristo sufriente; hay que estar arrepentido de los propios pecados, pedir para el perdón de nuestros hermanos y esforzarse por cumplir el proyecto de Dios.
Con relación a la Unción de los Enfermos, nos dice la Palabra de Dios: “si está enfermo alguno de ustedes, llamen a los sacerdotes de la Iglesia para que recen sobre él y lo unjan con óleo; la oración de la fe salvará al enfermo, los pecados que hubiere cometidos le serán perdonados y encontrará alivio y salvación” (Santiago 5, 14-15).

En la celebración del día 17, este Sacramento lo pueden recibir los enfermos de una cierta gravedad, los enfermos crónicos y los mayores de 70 años. En esta Misa, especialmente dedicada a los hermanos enfermos y ancianos, rezaremos por los presentes y por los que no pueden acercarse ya que todos, por la comunión de los santos, estaremos unidos.
       Luego de la Misa compartiremos un te-merienda por lo que se ruega traer algo dulce para compartir.

IMPORTANTE: Los Sacramentos no son algo mágico. Como todas las cosas de Dios exigen también nuestro compromiso y nuestra fidelidad. Además, recordemos que todo Sacramento es un signo confiado para su administración a la Iglesia y para ser ayuda en la vida de la Iglesia. No tiene sentido como hecho aislado.

LA FIESTA DE LOS SANTOS Y RECORDAR A NUESTROS DIFUNTOS NOS HACE CRECER Y CREER EN LA RESURRECCIÓN


Hermanos:
Quisiera detenerme ahora en una fecha importante de este mes: el 2 de noviembre, Conmemoración de los difuntos.
Este último tiempo, durante mi estadía en Gavardo, mi pueblito, pude ver cómo se rinde allí el culto a los muertos: son tres días de duelo, vigilia fúnebre, funeral (misa de exequias), visitas al cementerio, el cuidado del mismo. Paralelamente, la propia palabra “conmemoración” nos dice mucho: hacer memoria, hacer presente a todos aquellos que nos han precedido en este mundo terreno. En ambos casos, este es el pensamiento de la Iglesia ya que “hacer memoria” es muy importante y está relacionado con la Fiesta del 1º día del mes, Día de todos los Santos.
Pero, ¿por qué? Veamos un ejemplo de la naturaleza: la planta. En una planta hay elementos que se ven y otros que no se ven. Los que se ven se pueden tocar, oler, manipular, los tenemos a la vista. No obstante, también hay otro elemento, que no se ve y sin el cual la planta no existiría ni se desarrollaría: las raíces. Éstas tienen una función muy importante, indispensables para la planta: alimentarla, hacerla vivir y trasmitirle su ADN, ya que todas las plantas no son iguales.
Así es nuestra vida: no podríamos existir sin raíces; no seríamos lo que somos si no estamos unidos a nuestras raíces; no tendríamos nuestro ADN (humano o religioso); no creceríamos según el proyecto de Dios. Las raíces son fundamentales y necesarias para alimentar pero también para crear seguridad en la planta; ellas nos hacen fuertes para que no sucumbamos con las tormentas de la vida; con ellas nos sentimos ancorados en un suelo fuerte.
Por eso es importante “hacer memoria” de nuestras raíces: nuestros difuntos. Ellos están vivos y nos alimentan, fortalecen y se nos ofrecen como modelos. Su función ahora es interceder por nosotros, recordarnos al Padre, y ayudarnos a caminar, creciendo en este mundo transitorio. Así, nos ayudarán a apuntar hacia el cielo pues ésta es la aspiración de toda planta, buscar el sol…
Finalmente, nuestros difuntos nos ayudarán en algo fundamental: a prepararnos, fortaleciéndonos y purificándonos, a convertirnos un día en “raíces” para otros, los de nuestras familias, los de nuestra Comunidad, los de nuestro círculo de relaciones. Por eso, esta Conmemoración no es solo mirar hacia atrás, es también un mirar hacia adelante. Y festejando el 1º a todos los Santos, estamos festejando y gozándonos de todos nuestros difuntos.