La Misa no es un capricho de la estructura
eclesiástica: ya desde el Antiguo Testamento funda sus raíces en el Pueblo
Judío, teniendo como telón de fondo la liberación del Pueblo de la esclavitud
de Egipto (aunque se podría ir más atrás en circunstancias históricas).
La celebración de la Santa misa tiene dos momentos
esenciales y una conclusión:
1. La
celebración de la Palabra
2. La
celebración de la Eucaristía o Acción de Gracias
3. La
Comunión
El Concilio habla de las dos mesas de la celebración:
la mesa de la Palabra (en el ambón) y la mesa de la Eucaristía (en el altar)
1. La Celebración de la Palabra: como enseña el prólogo de San Juan (Jn. 1,1
ss), la Palabra es identificada con Jesús, que existía desde siempre, que es
Dios, etc. Es el principio y el origen de todo y, por eso, la celebración de la
Misa comienza con ella. Mateo, al finalizar el capitulo 7 (y las Bienaventuranzas)
nos dice que “el que escucha y practica la Palabra es el hombre sabio y
prudente que edifica su casa sobre la roca”. Este momento está preparado por la celebración penitencial y la alabanza a Dios. Básicamente, la celebración de la Palabra es la escucha
(con el oído y el corazón) de las lecturas, ya sea la del Antiguo o la del
Nuevo Testamento, pero muy especialmente, consiste en la escucha atenta del
Evangelio de Jesús y la actualización de estas lecturas por medio de la homilía.
Este momento de la misa concluye
con el compromiso del cristiano y de la Comunidad frente al don de la fe
recibida por medio de la proclamación del “credo” (yo creo) y las intenciones,
que tienen como objetivo pedir por la Iglesia, por la sociedad, por los
acontecimientos que nos aquejan, por las intenciones particulares de la familia
cristiana y de la comunidad a la que pertenecemos.
2. La Celebración de la
Eucaristía: Dice el apóstol: “La
Palabra se hace carne” (Jn. 1,11), es decir, en este sublime momento de la misa
la Palabra se hace Sacramento (signo visible y eficaz de la presencia de Cristo).
La Eucaristía tiene una preparación,
el ofertorio, mediante la cual se presentan los dones de Pan y Vino, signos de
nuestra humanidad que, brindados a Dios, resultan la expresión del ofrecimiento
de nuestra propia vida para ser convertida.
Con el Prefacio se da la Eucaristía (Acción de Gracias).
Aquí se invoca al Espíritu Santo para que convierta el pan y el vino en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo, esto es, para que se cumpla el
relato-actualización del gesto de Jesús en la última Cena. Inmediatamente, con
la Aclamación: “Este es el Sacramento de nuestra fe”, se nos indica que el
corazón de la fe cristiana es la muerte y la resurrección de Jesús. La Acción
de Gracias implica el gesto de Jesús que se ofrece por nosotros y la oración
por la Iglesia, su familia para que viva unida y en el Amor entre todos sus
miembros. Es la unión con nuestros hermanos que nos precedieron en la fe y que
ya gozan en Dios la vida eterna, de modo que, junto a María, a San José y a
todos los que ya están en compañía divina, nos ayuden en nuestro caminar
cristiano hasta que podamos alcanzar el Reino Eterno. La celebración de la
eucaristía se cierra con las palabras: “Por Cristo, con Cristo y en Cristo a ti
Dios Padre omnipotente todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
Amén”.
3. La Comunión: es la conclusión con la que nos unimos a las
dos primeras partes de la Celebración. Recibimos a Jesús y a nuestros hermanos,
y renovamos, comprometiéndonos fervientemente, la Alianza (de continuar
construyendo la vida cristiana en nosotros y a nuestro alrededor. (revisar el
punto 2, celebración de la Eucaristía).